jueves, julio 26, 2007

MALDADO EN EL HOSPITAL


Claudio Andrés Maldonado (en la foto en un viaje a París que emprendió hace un par de años), escritor y profesor de lenguaje y uno de los tipos con los cuáles he tenido más empatía en lo que llevo de existencia, está internado en el Hospital de Temuco. Ciertamente ya pasó lo peor y el paro cardiorespiratorio no se lo llevó hacia el otro lado. Pero estuvo a punto. Su inconciencia, a ratos parcial, duró más de una semana.
Muchos lo fueron a visitar (yo sólo fui dos veces), y sería lato e impreciso nombrarlos a todos. No voy a hablar de eso ni de las cadenas de oración, ni del hospital, donde la buena voluntad, sobre todo de los enfermos, hace sobrellevable ese ambiente hacinado... como la humanidad misma.
A un lado de su cama yacía un caballero que era igual al poeta nacional Eduardo Anguita, un reconocido hipocondríaco (el poeta, no el enfermo del 2007). Algo más allá estaba un clon de Roberto Dueñas, un leproso televisivo sin importancia para los seres humanos (quizá sí para las bestias); al frente se hallaban Pablo Ruiz Picasso y el científico noruego José Ancán Jara. Maldado pasaba revista a todas esas instantáneas mientras leía la antología poética Santa Rosa 57, elaborada por poetas como Ernesto González, Guido Arroyo, Carlos Cardani y Juan Pablo Pareira, entre otros, y que le regaló Marcela Parra.
En eso llegamos junto a Leandro y al oír a Maldonado casi no podemos dejar de reír, como en ese antiguo sketch del "Japenning con Ja", donde un enfermo Jorge Pedreros recibía la terrible visita de dos amigoides. Le pasamos un volumen de la prosa de Borges. No podemos conversar muy bien, pero el día anterior el hombre ya nos había hablado de su viaje. Dándose a la dura tarea de imaginar en medio de los prodigios de la anestecia (donde todo o casi todo es "irreal e imaginario") y de los demonios que huían de su cuerpo, Maldado nos contó que estuvo en una furiosa batalla. Fue en la Primera Guerra Mundial o en la guerra franco prusiana de 1970; que estaba en el pueblo de Buin, donde vivían casi puros haitianos, adeptos al vudú, adictos a la marihuana y al ejercicio infatigable del mal; nos contó que fue detenido y torturado con agujas, que un negro vernáculo lo había amenazado previamente ("conche' tu madre, me las vas a pagar"), y que hubo de sortear unas ciénagas rojas y un pantano colindante a la foresta de Marchenoir. No recuerdo mucho más, porque la memoria es porosa para el olvido, y porque los prodigios aquellos -que Maldado asegura que sólo le resta transcribir (no escribir)- fueron demasiado heterodoxos, como un sueño perpetuado en medio de sondas y sueros, en medio de besos y palabras de aliento, en medio de frías y eficientes enfermeras, en medio de industriosos artificios del tecné medicológico, en medio de temor y la esperanza.
Maldonado se veía de buen humor, y ya definitivamente no se nos fue al excusado del Señor. Es más, está implacable. Cuando una tontita con título (casi todos los humanos son tontitos en uno u otro aspecto) le preguntó si ya había caminado, el escritor le dijo que había ido al baño "con la premura de un niñito de Coanil atendido en la Teletón y con una docena de diazepanes en el gaznate". ¡ESE ES MI AMIGO!
Esa es la alegre maldad de la que nos habla Nietzsche. Y ahora, que siento que el único sentido que pudiera tener el sufrimiento es acrecentar la carcajada (mucho menos que "divinizarnos y acercarnos a Dios" como dicen algunos degenerados), no puedo dejar de sentir que NO existe la enfermedad, que NO existe el dolor, que NO existen los reveses y las molestias, que NO existe la ni el hambre ni el temor a la , que NO existe la derrota y que no existen las dificultades, que NO existe Prometeo ni los malos momentos ni la vejez ni el infortunio ni la fealdad ni la tragedia ni la derrota ni los perros callejeros. Que tenemos la obligación de saltar sobre el mal, de conjurarlo para siempre, al igual que a la muerte, y sin la colaboración del famélico Señor; o, más acertadamente, sin la colaboración de los degenerados que se creen sus herederos sin siquiera conocer(lo).

lunes, julio 23, 2007

YÉNDOME DE NACTOBAR


Me estoy yendo de NACTOBAR a empezar una nueva incursión periodística en CIUDAD SUR. Ayer domingo la selección chilena de fútbol sub-20 (con nombres como Suárez, Toselli, Sánchez, Vidal y Vidangossy; con nombres como Isla o Hans Martínez, autor del gol final) obtuvo el tercer lugar en la copa del mundo de Canadá. El equipo del profe José Sulantay (que alguna vez sacó campeón a Cobreloa en un tiempo en que a mí el fútbol todavía me importaba) mostró durante todo el certamen un juego brillante, con una defensa muy sólida y un mediocampo capaz de urdir jugadas a ras de suelo, como estaba haciendo falta en el fútbol chileno. La regularidad defensiva se unió a la capacidad de generar buen fútbol ofensivo, lo que se concretó en 5 triunfos (contra Canadá, Congo, Nigeria, Portugal y Austrial), un empate (contra Austria en primera rueda) y una sola derrota (el 3-0 de los argentinos), y con el recor mundial del portero Cristopher Toselli de 492 minutos sin recibir goles en su valla. Este comentario me está quedando muy mal, una impresentable colección de lugares comunes.

Un par de días antes, la noche del jueves 19 de julio, 13 jugadores fueron detenidos por desórdenes en la vía pública y brutalmente golpeados (incluso con electricidad) y sometidos a gases lacrimógenos. Condorito, que estaba en el estadio, también se fue detenido por saltar a la cancha.

Creo que Conchita -la periodista que conocí en el diplomado en escritura audiovisual en la Católica el 2005 y que es muy eficiente, exitosa, altanera, cortés, prepotente, exquisita y trabaja en la CNN de Santiago- ya se había ido de Toronto, en el estado canadiense de Ontario, que es donde ocurrió la pateadura y donde ella está residiendo en su perfecto proyecto de vida donde no descartaba la producción cinematográfica en grande, y por eso no intercedió por stos vapuleados guerreros del balompié.

Conchita (que en estos momentos tengo conectada en el messenger, pero a quien no me interesa dirigirle la ) no pudo salvar a estos mocosos. Ya estaba en La Serena, su ciudad de origen, cuando ocurrió la feroz represión de parte de los candienses, que sólo rubricaron su fama de ahuevonados, así como en el partido reciente los argentinos habían rubricado su fama de farsantes, "cancheros", como se dice, esos que a diferencia de uno conocen al dedillo la letra chica del convenio o llegaron mejor posicionados.
Recuerdo que una vez le dije a Conchita que los canadienses tienen fama de ahuevonados, sobre todo de parte de los norteamericanos; y ella me contestó que jamás había oído semejante cosa, pero el tiempo me ha dado la razón en casi todo. En casi todo. Y no pretendo explicarme porque no me interesa seguir escribiendo. No hay tema. Sólo unos pocos ejercicios de digitación en la oscuridad, para celebrar como en un rito de trabajo nocturno las fumadas junto a mi vecino Germán Galaz en la estación del frío, a pocas semanas de que el invierno concluya.
-----------------------------------------------------------------------------
Y como decía el otro...

J'ai de mes ancêtres gaulois l'oeil bleu blanc, la cervelle étroite, et la maladresse dans la lutte. Je trouve mon habillement aussi barbare que le leur. Mais je ne beurre pas ma chevelure.Les Gaulois étaient les écorcheurs de bêtes, les brûleurs d'herbes les plus ineptes de leur temps.