martes, mayo 06, 2008

Apuntes sobre "EN MIL PEDAZOS", de James Frey


Tras la lectura de “EN MIL PEDAZOS” del norteamericano James Frey (USA, 1969), no puedo sino pensar en Alberto Fuguet (Chile, 1964), quien asegura que este alucinante libro -que agradece de manera sospechosamente personal- replantea la manera de cómo se escribe, cómo se sobrevive y por qué se sobrevive (y escribe). O en la pluma oportunista de Álvaro Bisama (Chile, 1975) -que también comenta en la contratapa de la versión castellana de Aguilar, que conseguí a 2 mil pesos en un ofertón de supermercado con nombre de elefante- quien expele frases de publicista cinematográfico, que bien podrían acompañar la portada de “HOSTAL”, el filme de Tarantino sobre la tortura. O en Bret Easton Ellis, el autor de “AMERICAN PSYCHO”, quien apela a la generosidad y honestidad del libro, capaz de dejar al más escéptico con lágrimas en los ojos. Y efectivamente es así.

Novela autobiográfica que excede las 400 páginas, E.M.P. nos habla, sin moralina ni autocompasión, pero tampoco de manera payasesca (y aquí el cinismo divertido de Bukowski no cuenta), del tema de la adicción y sus complejas deformidades. James Frey, natural de un pueblo de Cleveland que detesta (tópico muy hollywoodense) e hijo de padres acaudalados y viajeros (paradigma de muchos drogadictos), tiene 23 años y llega a un prestigioso centro de adicciones, administrado por ex adictos, donde sólo el 14% de los internos se recupera para siempre (la taza más alta del mundo) y que está determinado por los 12 puntos de Alcohólicos Anónimos, a los que el espiritualismo personalista y ateo del protagonista (que incluye el I-Ching y una voluntad sobrehumana) se rebela.

El Centro, que incluye sicólogos, siquiatras, charlas, tests, naturaleza, tareas y comida en abundancia, le plantea a James un sinfín de desafíos: reconstruír el abismo inabordable de su ira (de la que no se libran sus padres sobreprotectores y presuntuosamente perfectos), reunirse con una chica a escondidas (cuestión prohibida en el Centro), enfrentar el chantaje de un par de gorrones, restituír su daño orgánico (entre otras ordalías debe cambiarse sin anestesia algunos dientes y aprender a comer sin vomitar) y, sobre todo, librarse del demonio de una poliadicción que incluye alcohol, pastillas, crack, pegamento, gasolina y otras búsquedas.

El desafío es titánico, y James lo intenta con la ayuda de sus amigos (un asesino a sueldo, un juez en rehabilitación, un ex campeón de box acabado, un obrero siderúrgico, un condenado a presidio perpetuo, entre otros), de la frágil Lilly (de quien se enamora), de la sicóloga Joanne (que se convierte en su protectora) y de sus padres (que asisten al Programa Familiar y reaccionan espantados). Cada página se entrelaza con fragmentos biográficos, tanto del protagonista como de los implicados en el desafío de recuperar la dignidad, el honor y la salud, perdidas en el humano acto de buscar paraísos artificiales, casi siempre traidores.

Vertiginosa y a ratos espeluznante anti-novela de autoayuda, EMP es de esas obras monotemáticas pero jamás reiterativas, archimanidas pero nunca agotadoras, que se leen sin interrupciones y que parecen auténticas cumbres epocales, pues suman a un estilo singular (la puntuación acelerada excluye todos los guiones en los diálogos y muchas de las comas), un montaje perfecto y una honestidad feroz que, a diferencia de las novelas de autoayuda, SÍ PUEDEN AYUDAR.
Resulta anecdótico que esta novela -que se publicó como memorias luego que las editoriales la rechazaran como novela- fuera calificada de impostura, por algunos periodistas que comprobaron la exageración e inexactitud de algunos hechos. Y resulta anecdótico porque, como libro de memorias, tiene la fuerza literaria de 20 novelas, y como novela de ficción tiene la veracidad y la honestidad de 20 libros de memorias. ¿Exaltación forzada del héroe James Frey? Tal vez, pero ese es parte del juego de la literatura, que perfectamente puede rectificar la vida.