jueves, diciembre 20, 2018

'Absolum', de Carlos Lloró, o la poesía como laberinto de ida y vuelta



‘Absolum’, de Carlos Lloró
Editorial Nagauros, 163 pp.
Primera edición, verano de 2018,
Temuco, Chile.


Hablar de Carlos Lloró (Camagüey, Cuba -1970) es referirse a un autor de cinco libros, concertista en guitarra y académico de la Universidad Católica de Temuco, ciudad donde reside desde hace varios años. Es entender a la literatura como un inagotable juego de símbolos, de mundos paralelos y en perpetuo movimiento, y referirnos a un creador erudito hasta lo intolerable, pero que sigue su propia vía (ante todo circular pues descree de la linealidad) sin desdeñar la del prójimo: “Desde hace años que, antes de desestimar a otro autor, he optado por exacerbar mis preferencias, pues todo escritor tiene su propósito”, me dijo hace unos días en un café de Ciudad Sur. Tal opinión representa – ¿cómo lo diré? – cierta implacable negación de la envidia, y un verdadero carpetazo al culto de la personalidad, tan caro al pasado siglo XX y que por cierto subsiste.

En ‘ABSOLUM’, su quinto libro, y el tercero que publica con su nombre (recordemos que los inagotables ‘KOUMBOUM’ y ‘CINIS CINERUM’, del ciclo ‘INFERNO’, fueron publicados con el seudónimo de Karlés Llord), compara una vez más a la poesía con un laberinto, pero un laberinto que a despecho de sus ignotos terrores constituye un secreto aprendizaje… un Vía Crucis circular de resultado incierto.

La anécdota es simple, no obstante la complejidad de las mutaciones suscitadas hacia la segunda parte del libro (cuyo título alude a ‘el absoluto’, que es como se conoce al eterno Laberinto de Gnosos). Un filántropo de índole oscura reúne, en su fundo ubicado 50 kms al sur de Santiago, a un grupo de 10 poetas –hombres y mujeres– clasificados bajo la supervisión de un crítico (el gran Pedro Lastra) y un siquiatra. Se les ha seleccionado según edad, obras publicadas, obras en curso, estado emocional, intentos de suicidio, situación económica y nivel de talento, con puntuaciones del 1 al 10. Son personas más bien jóvenes, vulnerables y de probada capacidad, que se verán enfrentadas a sus propios fantasmas, a sus monstruos, y a las mitologías y misterios de la casona, colindante a un castillo centenario que parece estar situado en la Cuarta Dimensión del Tiempo.

A lo largo y a lo ancho del periplo literario, acaecido entre marzo de 2.000 y junio de 2.002, y como en el clásico ciclo de la evolución e involución de las edades, en ‘Absolum’ se desenvuelven tres: la Edad de Oro, caracterizada por la armonía y placidez, por la libertad y una sensación de Arcadia eternizada, y que podríamos comparar con la inocente génesis de la pulsión poética; la Edad de Plata, donde comienzan las dificultades, las diferencias, el camino ardoroso y el anhelo no pocas veces agrio de trascendencia; y hacia el final lo que el autor denomina la Edad del Sastre, donde los poetas ingresan, aunque de forma menos edificante que devota de un caos manifiesto, a una suerte de cofradía y vestidos con túnicas románticas, elaboradas por un misterioso habitué del lugar.

¿Ocurrieron en verdad los hechos descritos en ‘Absolum’ y que acabaron con la muerte de todos los participantes en el experimento, como desde un principio se nos aclara? Podríamos decir que aquello tiene una importancia subalterna, porque en este juego de espejos, en “esta red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos” (Borges), la realidad como entidad indivisible dista de ser una norma. En esta novela, como en los buenos filmes de horror, lo real es tomado por asalto de manera progresiva, y la oscuridad, una oscuridad inasible, se va apoderando de la escena: “Eché mano a todo mi arte, llevándolo hasta los límites de lo prohibido. Introduje en la estructura de la matriz-resonante-espiral, elementos de ilusión óptica que mi maestro siempre desaconsejó. Violé los cánones e invoqué a las criaturas que surgen del magnetismo ilícito entre la noche y la piedra”. Magia, en efecto, que subvierte las leyes de la Tercera Dimensión.

Una última reflexión. Tal vez lo menos logrado de la novela de Carlos Lloró sean los personajes, esos seres de suyo vulnerables que, salvo excepciones, no se diferencian demasiado entre sí. Pero esto quizá también sea una ilusión, o una forma de poner en cintura al individuo, ante el panorama de un universo que se expande hasta lo tenebroso. Y del que poco conocemos.