jueves, septiembre 07, 2006

Sobre PALACIO LARRAÍN


En septiembre de este año de 1996 salió de la incubadora mi primer libro, PALACIO LARRAÍN, cuya portada es la foto del espléndido óleo de Felipe Christensen ("A comer") que decora esta crónica. He lanzado el libro en Nacimiento (VIII región), Temuco y Loncoche (IX región), pero que no pretendo lanzarlo en Santiago... hasta ahora.

Fue titulado de esa asertada forma por mi editor, Marcelo Montecinos, de "LA CALABAZA DEL DIABLO". Debo decir que este ciudadano me hizo esperar -no sólo por falta de tiempo, si no también por una desidia criminal que poco y nada tiene que ver con el odio- cerca de dos años desde que me dio el SI; pero ya arreglamos cuentas... , y la falta del hombre quedó perfectamente absuelta.

También es cierto que yo mismo demoré hasta la náusea un proceso que pudo concluir antes. Pero no es menos cierto que esa demora, ese "ya no es un escritor joven", me ha granjeado inéditas simpatías de parte de amigos, amigoides y amigastros, ajenos o cercanos a los trámites del arte, e incluso de familiares, que ven como un logro mi perseverancia, y que perciben que yo no estaba mintiendo al dármelas de escritor (lo que escribí luego de la última coma es de una palurdez impresentable pero necesaria).

No me cabe ninguna duda que el presente libro -una suerte de novela de formación fragmentada en varias voces, una autobiografía algo mañosa, una exploración sociológico periodística del entrecruce de siglos, un retrato generacional, una suerte de metáfora del callejón sin salida a que se ve sometido el arte no cosificado, y un homenaje al grupo de vanguardia al que pertenecí el año 2000- es uno de los buenos textos de narrativa publicados el presente año en Chile. Estoy cierto que, por razones obvias (mi estadía en la hundida provincia, mi desdén hacia el lobby literario, mi lejanía de la industria cultural, etc), el libro no va a tener el "brillo" (in)mediático de autores como Ortega, Bisama, Fritz u otros, pero que es un libro sólido, que después podré mentar con alegría y sin la verguenza de autores que publican antes de escribir de manera aceptable.

Debo decir que lo más difícil en la construcción del libro fue el armado conceptual: darle sentido cronológico y epistémico a un caos donde se confunden la vendetta con la justificación del fracaso, el aprendizaje literario con las caídas vivenciales, la carcajada feroz con el sentimiento de muerte. Pero también fue difícil escribir de manera excelente (con períodos cabales y adjetivaciones creativas, etc), cuestión que -al igual que Henry Miller, Germán Marín y varios otros escritores notables- sólo aprendí algo después de los 30 años.

Concluyo este antipublicitario posteo (no hay nada más antipublicitario que hablar bien de uno mismo) con una idea de Domínguez Montressor, el sociólogo protagonista que compila las diversas voces del libro:

Puedo decir, con Borges, que los hechos que le ocurren a un hombre les suceden a todos, y -si se me permite una disgresión- creo que las grandezas y miserias que el lector puede encontrar en los presentes testimonios, puede hallarlas en casi todos los jóvenes chilenos emancipados atravesados por el cambio de milenio (es decir, aquellos que prefieren defecarse en un Mc Donalds antes que botar ahí su dinero; y que piensan que la bataclana de origen italiano que se casó con aquel ex Presidente argentino que mandó a asesinar a su hijo para asegurarse la reelección es, pese a su exitismo, nada más que eso: una bataclana internacional sin importancia) .