miércoles, diciembre 27, 2006

UN POEMA DE TRAKL



Escribo una novela corta sobre un profesional en eso mismo o parecido y ahora procesado por dejar lisiado a un narco. Leo centenares de blogs de Chile y su pueril literatura, y el sueño y la vida leída y alfabeto para perros que conozco en alguno de los seis estadios en que es dable conocer a una persona.

Siento una tristeza impersonal y casi anónima al ver información y aprendizaje y abundante buena fe u odio estéril, pues ninguno será como la joven que con un pelotero de lunar en la nariz C3 o D se fue a casar de blanco, tras ser fotografiada con cinco mongolitos en el ascensor, aunque Bolado asegura que son más orificios en la parte de los crímenes.

Groseramente inculta es esta hembra, como dice la vieja rica y de pecas en las tetas que fomenta una doble militancia pues también le juega al verso conversado con Uribe y a leer al resentido de parche en el ojo parido en una retorta irlandesa de jesuitas desalmados que describen el infierno en palabras dignas de quien ha estado en el Movimiento Gnóstico Cristiano Universal del Nuevo Orden.

Elaborando junto a mi ex polola antropóloga de la imaginación una nueva estrategia para verterle un vaso de piscola en la ñata a Francisco Javier Morandé y a ella misma y el reinado de millones de maletas cargadas con ojos y billetes.

EL SIGUIENTE POEMA DE GEORG TRAKL (AUSTRIA, 1887-1914) SE LLAMA "A LOS ENMUDECIDOS", Y ESTÁ MÁS QUE BIEN, PORQUE DECIR MÁS ES DEMASIADO FÁCIL Y DEL TODO INNECESARIO CUANDO SOBRAN TEORÍAS E IDEAS PEGOTEADAS : ANTE TODO LA EMOCIÓN

PS: Trakl es austríaco y participó en la 1ra Guerra Mundial. Fue farmacéutico (es decir, algo sabía de estupefacientes), tuvo con su hermana una relación insestuosa (igual que F.W Nietzsche) y se suicidó a los 27.


A LOS ENMUDECIDOS

Ah, la locura de la gran ciudad cuando al anochecer,
junto a los negros muros, se alzan los árboles deformes
y a través de la máscara de plata se asoma el genio del mal;
la luz con imantados látigos ahuyenta la noche de piedra.
Oh, el hundido repique de las campanas del crepúsculo.

Ramera que entre escalofríos un niño muerto parió
La ira de Dios que con rabia azota la frente de los posesos,
epidemia purpúrea, hambre que rompe verdes ojos.
Ah, la odiosa carcajada del oro.

Pero una humanidad más silente está sangrando en cueva oscura
forjando con duros metales el rostro redentor.