miércoles, abril 23, 2008

DíA INTERNACIONAL DEL LIBRO EN CIUDAD SUR


“A quienes se pierden a si mismos todo les abandona”, dice un verso de uno de los mejores poemas de Rainer María Rilke , y aquella experiencia universal de desamparo, quizá consubstancial a todos los animales del bosque en algún momento de sus menguadas existencias, me viene asolando como desde el pasado, como desde el futuro, en las últimas semanas...

Hoy se conmemoró una vez más el DÍA INTERNACIONAL DEL LIBRO Y DEL DERECHO DE AUTOR, a cuya versión temuquense asistí en el ITINERARIUM MENTIS AD VERITATEM, en el jardín de Bello matinal con avellanos. Un toque de surrealismo (o de irrealidad), con Shakespeare, Garcilaso de la Vega (¿para qué lo nombran los burócratas de la cultura si ni siquiera conocen el nombre de UNO SOLO de sus libros?) y aquel célebre español que no debió su manquedad a una pendencia de taberna, “sino a la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros” (Quixote, prólogo a la segunda parte). Los 2 más ilustres conmemorados, el hispano y el inglés, “que con sus personas dan realce a este magno evento”, lo son en la fecha de sus muertes, lo cual no deja de ser un indicio: ¿de que la forma de ENTENDER LA LECTURA debe replantearse?

Pues bien, durante la mañana de hoy miércoles (la fecha del blog dice jueves) me encontré con Rodolfo Hlousek Astudillo y Ernesto González Barnert, que presentaban sus respectivos poemarios –"PERSISTENCIA DEL ALBA” e "HIGIENE"- en Ciudad Sur. Pero no fue en la mañana que estos señores leyeron sus poemas, sino en la tarde. En la mañana el plato fuerte fue un lechuguino de cuidado: el bachiller Sansón Carrasco, aquel infatuado varón que proclamándose letrado e ilustrado y progresista y guardián de las buenas costumbres, terminó con el sueño del Quijote de la Mancha.

Carrasco, que venía del fuerte de la UACH de Valdivia, apertrechado en sus jinetas de caballero de la civilización, expuso en algo más de dos horas de ironía petulante, una retahíla de lugares comunes, algunos embustes y limosnas conceptuales (“los escritores siempre repiten los mismos temas y jamás harán nada nuevo”… “hay cada vez más escritores y menos lectores y no sé a donde vamos a llegar con la subliteratura que atenta contra la santidad del mundo”, “a menudo la vida nos impide vivir plenamente, ay”), con las cuales dio curso a su acre escepticismo. Y como decía mi abuelita: todo joven que en su juventud nunca se rebeló contra nada, termina siendo un resentido de cuidado” o un VCDSM, podría agregar yo. Tengo grabada su conferencia, pero no me interesa de momento hacer una rigurosa pormenorización de la misma y de sus múltiples inconsistencias (también tuvo algunos aciertos), pues el hombre me puede enviar a sus sicarios y desmedrar aún más mi delicada situación en la Universidad. Para terminar con él, debo decir que, al momento de recibir el galardón que la Universidad le dio, sostuvo que “hay que fingir, jeje” (¿qué habrá querido decir?). Luego, el café, algunos saludos más felices que otros, un cigarro de campo con algunos compañeros de Rodolfo y la espera del evento de la tarde.
EN LA TARDE
En la tarde se hizo un evento-intervención (bastante interesante pero no demasiado) en calle Prat, casi en frente de la Dirección de Extensión Contínua, que empezó con parvulitos (hablo literalmente) oyendo a Rodolfo Hlousek, Guido Eytel (en una foto reciente) y Ernesto González (Elicura Llanquilef una vez más no se presentó) contar historias sobre “un caballero muy flaco que tenía un escudero, ¿alguien sabe lo que es un escudero?”, e instándolos después, ante la nula atención de los peques, a decir poemas y refranes. Al poco andar el asunto se hizo insostenible, porque era un desafío tan ambicioso que más bien parecía un sabotaje: yo no digo que lo fuera, y sostengo que con niños de 8 o 9 quizá la cosa hábría bellamente funcionado.

Luego del desliz, Eytel leyó un único poema: “CUANDO EN EL SUR FLORECÍAN LOS CEREZOS, que nos habla del secuestro de su primo Marcelo Salinas Eytel, acaecido en la primavera de 1973, y que tiene a lo menos dos versos excelentes: “Se vuelven otra vez los perros horizonte / y no hay agua para lavar la injusticia". Lo interesante de su lectura es que esta vez la realidad superó a la ficción, pero para bien: pues ha pocos días se dictó condena contra los autores del secuestro del entonces joven Marcelo (“La última vez usaba sandalias / y una chaqueta verde / del color del pasto / que brota a principios de noviembre”). Y Guido, en un gesto que desmiente los delirios de algunos paniaguados del Olvido que confunden la Justicia con la Venganza, dijo que en ese momento sus sensaciones y las de la familia eran muchas, tal vez de tranquilidad, tal vez de reposo, o de fe en el progreso de un ideal de Justicia que ampare a todas las personas sin importar su condición… pero no precisamente de Alegría.

Más adelante, minutos después de saludar al poeta César Abuelo (que vive momentos felices) y al publicista Gerardo Quijano Asediados (que también fue muy cordial), se abatieron sobre mí las tinieblas y seguí inercialmente en ese sitio. Y lo hice solamente para oír a los poetas Ernesto "Barnie" González (un dinosaurio que vive en nuestra mente y que ha mejorado mucho su lectura) y Rodolfo Hlousek (que parece hallarse como pez en el agua en su presente incursión universitaria y que cada día se las arregla para reinventar su adolescencia perpetuada y convertirla en buenos versos). Se divirtieron mucho y también al respetable. Pero, en ese momento... tomé mi sombra y me fui.