domingo, septiembre 13, 2009

PASAR AGOSTO: REQUIEM PARA MAURICIO


Mi amigo y vecino de infancia Mauricio Ulloa no pudo pasar agosto. Murió a sus 37 primaveras, pocos días antes de que, según el saber popular, los ancianos pueden sentirse más seguros de vivir una año más. Ahora me observa desde un lugar incierto y no me resigno a que la lepra negra del error calumnie su clara memoria... “pasó a mejor vida el pobre loco”, podrían decir los necios. Mas quienes sepan oírme, entenderán que la valía de un hombre no está dada por factores externos, como fama, dinero y poder; y esto, que parece una frase pueril, será rubricado en el porvenir.

Lo conocí el verano del 80, cuando arribé a Temuco desde tierras lotinas, y fue mi primer amigo o compañero de correrías en la entonces incipiente Villa los Aromos. Su imaginación desaforada, que lo hacía incurrir en chifladuras estupendas no del todo liberadas de crueldad, ocultaba en el fondo un corazón bondadoso e infantil. Era, no tengo que ocultarlo, una versión masculina de La Cenicienta. Recuerdo no tener más de diez años y verlo atareado en una batea con ropa, o impedido de salir a jugar por tener que encerar la casa. Hermano menor de una familia protestante de padre marinero, era en realidad el vástago no reconocido de una de las hijas de la matriarca: sus hermanos eran en realidad sus tíos, y esa anomalía (los prejuicios familiares han dado paso a otros horrores en Chile) hizo que a veces lo trataran de manera diferente.

En 1991 me mudé y dejé de verlo, pero hace unos siete años me reencontré con él. Su familia lo había exiliado por un escándalo con una sobrina (bastante crecidita), del que –¡cómo no!– lo culparon sólo a él (Lucas 6: 41-42). Se había separado hace un tiempo y tuvo que vivir de caridades ajenas, sobrellevando oficios duros pues, si alguna vez le ofrecieron estudiar una carrera, su negligencia feliz y libertaria y algo irresponsable lo hizo desecharlo. Aquel fue su tiempo más oscuro y, como suele ocurrir, el de mayor sensibilidad para con el arte: Creo que Mauricio conocía el terrible secreto de la belleza y los peligros que entraña cruzar al otro lado; era un místico sin brújula y un artista en un erial; un sujeto lúdico e inmensamente creativo, preñado de un lenguaje sin lecturas que hacía trizas las nociones agotadas del sentido del humor.

El año pasado lo reencontré tras varios años y compartí con algunos de los suyos. Trabajaba en una sandwichería para el marido de la única hermana que siempre le fue incondicional, y vivía con una joven mujer que lo adoraba, con quien tenía un hijo de tres años del que hablaba con devoción infantil. Había corregido el pasado y se veía tranquilo. Pero la madrugada del sábado 22 los dioses tejieron de otra forma su destino: fue atropellado por una mujer que se dio a la fuga. Ahora, lejos de la tercera dimensión, deambula por parajes de los que poco sabemos y continúa investigando. ¡Ya nos veremos de nuevo, Loco Ulloa!, jugaremos Ataque, con soldaditos de plástico, y leeremos a Quiroga en libaciones solitarias… donde la luz será más que una simple bujía.