viernes, enero 07, 2011

APUNTES SOBRE "LA PIEL DE ZAPA" DE BALZAC



Décimo segundo día del año 2011. Acabo de releer "LA PIEL DE ZAPA", considerada la primera gran novela de Honoré de Balzac (Francia, 1799-1850), cuyo asunto son los infortunios del veinteañero Rafael de Valentin, acosado por el QUERER y el PODER, "esos dos actos instintivamente realizados por el hombre y que siegan las fuentes de su vida".

Pienso en la mujer que quiero (que en el ahora es la medida de mi tiempo)y en el enorme Balzac ("la frialdad, la penetración, la estupidez, el delirio de grandeza, la pesadilla, el sueño de una noche de indigestión", a juicio de Pío Baroja) que escribía 15 horas diarias incendiado en cafeína para pagar sus deudas. Pienso en el trágico sino de este monarquista que pretendió urdir una serie de 137 novelas interconectadas (concluyó unas 90) llamada "La comedia humana", donde en clave realista daría pinceladas de todas las costumbres, realidades e históricos sucesos de la Francia de entre 1815 y 1830; este monarquista frustrado que al decir del marxista Engels, "pese a deplorar la descomposición irremediable de la alta sociedad, nunca es más amargo y más hiriente que cuando hace actuar a los aristócratas, esos hombres y mujeres a los que tanto se anhelaba parecer".

Una piel de zapa

Rafael, hijo de un aristócrata cruelmente empobrecido por las vicisitudes de la historia y ha poco tiempo fallecido, es un estudiante de derecho con pulsiones literarias. Soñador y doliente, ha hecho del arribismo un poema altisonante. Acaba de rechazar a una mujer angelical y pobre (Paulina) por una inalcanzable condesa que a su vez lo ha despreciado (Fedora), y gastado sus últimas monedas en el tapete verde. Las pierde y, poco antes de ahogarse en el Sena, le ocurre un evento sobrenatural: halla, en la prodigiosa tienda de antigüedades de un anciano ("que podría hacer las delicias de un pintor que modelara al Padre eterno o al burlesco Mefistófeles"), una piel de zapa (lijada). Dicho amuleto, dicha piel de asno salvaje del oriente medio, colmaría todos sus deseos y pasiones, pero le quitaría la vida a pasos de gigante si estos se descomedían, a la par que amenguaría ella misma. El anciano le regala la funesta piel de zapa y se da curso -es un decir- al segundo giro cienematográfico.

La tiranía del deseo frustrado

"Todo lo he tenido por haber sabido desdeñarlo todo y conformarme con verlo. ¿Y ver no es acaso saber? ¿No es descubrir la sustancia misma del fenómeno y apoderarse de su esencia?". Así le advierte el anticuario al codicioso Rafael, quien tras salir de la tienda encuentra a unos amigos que lo invitan al banquete ofrendado por un banquero (el Taillefer de "La posada roja") que recluta plumas para su periódico. Y es ahí, tras una suculenta noche de política borracha, devaneos monetarios y mujeres públicas, que Rafael le cuenta a Emilio, su amigo que escribe reseñas de arte, las razones de su intento de suicidio: su atormentada juventud de noble empobrecido y amante despechado.

Una mujer sin corazón

Entre las cualidades de la prosa balzaciana están la minuciosa descripción de ambientes (¿algo que el cine y sus derivaciones han hecho innecesario?), el escéptico respeto por la ciencia y ante todo una grande omnisapiensa de los gestos y las siquis de los hombres y mujeres de su orbe. En la segunda de las tres partes del libro, "Una mujer sin corazón", se nos muestra a Leonora, la fría condesa corrompida por el lujo ("esas criaturitas que se pasan la vida probándose cachemiras, no tienen espíritu alguno de sacrificio, y exigen y ven en el amor el placer de mandar y jamás de obedecer") y que descree del amor ("que lleva incluso al crimen a tantos hombres necios", nos dice), del matrimonio ("prefiero estar muerta que ser desdichada") y de los hijos ("son una incomodidad terrible", asegura), pues "toda su felicidad se cifraba en el bienestar en la vida, en los goces sociales, y el sentimiento no era otra cosa para ella que el desempeño de un papel". Pero el porfiado Rafael, que se endeuda y escribe biografías a pedido para apurar un ascenso que sólo está en su mente, debe beber hasta el fondo de las heces el cáliz del amor incomprendido, y cuando le pronostica a Leonora una vejez amarga, la condesa le contesta: "Siempre tendré dinero, y con el oro siempre podremos crearnos en nuestro derredor los sentimientos necesarios para nuestro bienestar". Ahí respira el feroz materialismo de Balzac, que sin caer en el cinismo de ese grande humorista que es Guy de Maupassant, es de un pesimismo casi sordo: "El mundo aborrece los dolores y los infortunios, les tiene el mismo horror que a los contagios y nunca titubea entre ellos y los vicios; el vicio es un lujo, pero por más majestuosa que sea una desgracia, la sociedad se da traza para empequeñecerla y ridiculizarla"...

La tiranía del deseo cumplido

Tras el relato que Rafael hace a su amigo y hacia el final de la juerga ("que con sus recias manos exprime todos los frutos de la vida, no dejando en torno suyo sino innobles desechos o mentiras en las que ya no es posible creer"), le pide a su piel de zapa doscientas mil libras de renta... y al poco rato se presenta ante sus ojos un notario con una herencia ya extraviada.

Y tras ese golpe de fortuna (concepto equívoco que homologa la suerte con el dinero), Rafael, que se convierte en el marqués De Valentin, se sume en la más desembozada de las crápulas (libertinajes, borracheras), en los placeres salvajes, en el lujo ciego y en el cumplimiento de favores y venganzas. A los tres meses, a sus escasos 26, está convertido en un millonario decrépito que tiene una vida regulada en base a órdenes que da a sus subalternos, pues cada deseo suyo -cada sensación, molestia o ilusión- amenaza su existencia. En este verdadero infierno del orgasmo de la vida en su esplendor y su derrota, decide examinar la abominable piel de zapa que se amengua cada día. Cuatro especialistas, un químico un naturista y dos mecánicos la ponderan e intentan estirar o destruir ("¿La ciencia? ¡Inútil! ¿Los ácidos? ¡Agua clara! ¿La potasa roja? ¡Deshonrada! ¿La pila volcánica y la descarga? ¡Dos juguetes! ¡Una prensa hidráulica partida como sopa de pan!... ¡Creo en el diablo"). El final de Rafael, cuyas visitas a los médicos son otras formas del absurdo de la ciencia que erige sus propias supersticiones, es predecible.

Hacia mediados del siglo pasado, Borges sustuvo que escribir una novela que tratara un solo tema era un "desvarío laborioso y empobrecedor". Dadas así las cosas, quizá sea inviable leer a Balzac en estos tiempos, con sus descripciones infinitas, sus alardes eduditos y filosóficos, y sus párrafos preñados de subordinaciones. En la era de la información los enciclopedistas han bajado del Olimpo. Pero no es menos cierto que la literatura es un bien en si misma, más allá de cualquier utilidad privada o pública. Y nunca es un vano ejercicio subir a la montaña y coger aquellas flores extraviadas.