jueves, septiembre 01, 2011

TIROLOCO, DIEZ AÑOS (1975-2001)


Hace exactos diez años mi dilecto amigo Cristian Yañez Paredes (1975-2001) decidió largarse de este mundo y seguir investigando en otros lados. Porque él, que debía su apodo a un-caballo-sheriff-medio-esquizoide-que-daban-en-la-tele-cuando-niño, fomentaba ese humanismo de viejo cuño que nos sugiere vivir cada momento como si fuese el último. En efecto, Cristian Alejandro -de quien no conservo fotos- era un torbellino que no sólo gustaba del rock y sus pontífices, si no también de la lectura, el dibujo, los deportes (fue un precursor del skate), el comic, las mujeres, la ropa vistosa, las prácticas psiconáuticas, los filmes de acción y, en sus últimos meses, del obsesivo ejercicio audiovisual; también fomentaba esa curiosidad insaciable por el ser, no previamente acotada por vía categorial, que es la génesis de toda creatividad. Por eso afirmo que, más allá de claustros institucionales, Cristian, que saltó del corazón al mundo para construir un poco de infinito para el hombre (Huidobro), fue un maestro de la investigación. Y ejecutó esos trabajos con una negligente felicidad.

En cierta ocasión, una persona me dijo que Tiroloco había venido a este mundo a sufir y a hacer sufrir. Nada más errado y limosnero. Tiroloco amó mucho, a mujeres y a niños (sobre todo a su hijo por quien se desvivía), a su familia (algunos de los cuales lo exiliaron) y a los muchos amigos, amigotes y amigoides que lo conocimos. Tiroloco -el satánico y el réprobo de Dios, según los que ven la paja en el ojo ajeno sin notar la araucaria en el propio- era capaz de dar cariño a ancianos desconocidos y quitarles con una sonrisa diez años de pesares. Tenía eso que se llama ángel. Había en el rebelde Tiroloco, a pesar de ciertos hábitos del mal y la desdicha (sobre todo en los últimos años), una suerte de invulnerable inocencia.

Pero Tiroloco, cuyo patrimonio espiritual era cuantioso, fue devorado por su medio, por ese Pueblo Blanco www.youtube.com/watch?v=MP8EwzEuEjk contra el que Serrat nos advierte. Este campesino cosmopolita, este sujeto del porvenir, fue desbaratado por la maledicencia chilenera y por la ética de un orden corrompido del que no pienso hablar. Y no lo haré porque -a diferencia de como me sentía en esos años, cuando Tiroloco vivió en mi casa de Las Heras 38, en Ciudad Sur, para luego marcharse tomando la llave del infinito- he perdonado a la realidad o pretendido hacerlo. Y no tiene mayor sentido indagar en la lepra negra del error. Pero sí tiene sentido indagar en los aciertos de la preclara memoria de Cristian, quien llevó sus banderas al límite y será visto como el indeleble precursor de una era más sagaz, agradecida y tolerante. "Un día vendrá, ha venido ya", nos recuerda Vicente Huidobro, el caballo de la fuga interminable.