jueves, diciembre 08, 2016

‘La Frontera, crónica de La Araucanía rebelde’, un relato inconcluso

El periodismo informativo tiene la limitación, acaso insubsanable, de responder a la lógica de la coyuntura. Y para tal se ve obligado a hacer de un bosque de símbolos, de un complejo ecosistema de hechos en sordina, en proceso o explicitados, un mensaje circunscrito a las ya clásicas Seis Preguntas (¿Qué?, ¿Quién?, ¿Cuándo?, ¿Dónde?, ¿Cómo? y ¿Por qué?), lo que tiende a derivar en una síntesis que, se quiera o no, se relaciona con la línea editorial del medio. En el periodismo interpretativo, de suyo más extenso en sus múltiples formatos, este riesgo es menos evidente, también porque se asume que la pretendida objetividad periodística está más cerca de la nota informativa que de la investigación.

Lo anterior también se cumple en ‘La Frontera: crónica de La Araucanía rebelde’ (Catalonia, Ediciones UDP, 2015, 302 páginas), donde los periodistas Ana Rodríguez (1983) y Pablo Vergara (1973), que han remontado sus trabajos y sus días en medios mercuriales pero también en otros diríase que alternativos, nos dan cuenta del llamado Conflicto Mapuche. Conflicto que derivó ante todo de las arbitrariedades –mal subsanadas– del Estado chileno en las últimas décadas del siglo XIX (la llamada Pacificación de La Araucanía), del actuar centralista de éste y de las múltiples segregaciones aculturalistas que contra el pueblo originario se han propiciado; pero cuyo punto de partida en los actuales tiempos puede situarse en un hecho específico: la quema en las cercanías de Lumaco de dos camiones de la Forestal Mininco, por parte de militantes de la Coordinadora de Comunidades en Conflicto Arauco-Malleco (CAM), el 30 de noviembre de 1997.

El considerable reportaje –que cuenta con dos prólogos, un glosario de personajes, otro de conceptos y un índice onomástico al final del libro– se divide en catorce capítulos. Cada uno corresponde a un testimonio (o varios) que describe un hecho coyuntural, plenamente contextualizado, y las aristas del mismo. Destacan la visión conservadora de un historiador que niega la existencia de los mapuches y prefiere hablar de araucanos, la de un weichafe (guerrero) que lucha en la clandestinidad, la del primer intendente que planteó el tema de la violencia como un tema de Estado, las de dos víctimas de lado y lado del conflicto, y la de un historiador para nada racista y que sí propone soluciones, entre otros puntos de vista. No todos los testimonios son entrevistas y se extrañan visiones como las de los agricultores (la llamada Multigremial) y de los representantes de las forestales, acaso porque –como dice uno de los prologuistas– ellos ven el conflicto como una simple anomalía del statu quo: “son víctimas, pero porque el Estado no ha cedido aún más a la presión de mantener a raya a los indígenas”.

La idea de los autores de esta larga crónica, escrita entre 2012 y 2015 pero concebida años antes, es ganar por acumulación. Las entrevistas y aclaraciones históricas y conceptuales, las derivaciones a otros textos y las múltiples ramificaciones, en esta suerte de viaje iniciático al Wallmapu (País Mapuche), van configurando un diagnóstico que, si bien entrega algunas luces, está lejos de ser decidor. Por lo demás, no es el objetivo del libro, pues como dice otro de sus prologuistas: “No es un manual de soluciones ni una mesa de diálogo. Es más bien un laberinto que exhibe sus virtudes mientras se recorre. Otros tendrán la solución de la salida”.