miércoles, diciembre 27, 2017

A LA MEMORIA DE LUIS LABRÍN

Luis Labrín Pacheco (Lautaro, 1954 - Temuco, 2017) murió el reciente día de Navidad. Académico universitario con magíster y escritor, será recordado ante todo por ser un habitué literario, un ser que aparecía como desde la nada y llegaba a todos los contextos con su sonrisa afable, su caballerosidad y una cordialidad digna de otros tiempos, donde nuestros actos no estaban sujetos a la tiranía de la causa y del efecto y del ignaro pragmatismo.

A despecho de su mitomanía, o quizá precisamente por la misma (inofensiva y graciosa y que solo molestaba a los inquisidores de este mundo), Labrín se convirtió en una suerte de mito, alguien de quien no sabíamos si era o no académico, de si había o no ganado tales o cuales galardones o publicado tales o cuales –premiados por supuesto– ensayos. Porque a su connatural modestia le unía cierto caos –acaso la chispa que enciende la llama del arte– que le hacía caer en lo disparatado, y proferir mentiras con la seguridad y gracia de un vidente que se sabe inmarcesible, como cuando en medio de una intolerable reunión de escritores –de esas con pauta y libro de actas– se levantó y empezó a hablar a voz en cuello con el embajador de no sé qué país centroamericano, quien le informaba de su primer lugar en un concurso de cuentos. Ello, claro está, no era cierto, pero de algún modo era más verdadero que 10 galardones y se halla ahora en la parte más azucarada del abarrotado mar de los recuerdos que nos configuran.

Un amigo mutuo nos dice que Lucho en cierto modo nos enseñó a vivir. Porque más que a escribir, Labrín nos ilustró la forma de vivir nuestra propia ficción, de convertirnos en seres entrañables más allá de nuestras cuentas corrientes, seguidores en twitter, posgrados o posicionamientos. Usando la literatura como pasatiempo o clave de entrada, se ha convertido en el más literario de todos nosotros, y me atrevo a decir que ha bendecido estas fiestas paradójicas, que para muchos de estas generaciones no son más que un resabio de cuentas pendientes y ateridos lugares comunes.

Luis Labrín Pacheco, cuyos méritos académicos y escriturales según nos informa el poeta Óscar Mellado son en verdad comprobables, será recordado como un caballero de pies ligeros que entendió como pocos el verdadero sentido de la empatía, y que agregó al agotado concepto del dandy la religiosa amistad de quien, acaso sin quererlo, no hizo otra cosa que regalar bondad.