sábado, junio 16, 2018

UN MUNDIAL SIN CHILE



El pasado jueves 14 comenzó la Copa Mundial de Fútbol Rusia 2018, la número 21 de la historia, donde Chile estará ausente por –digámoslo así– errores no forzados. Pero aquel accidente parece un caramelo para quienes deploran la chimuchina conceptual y la difundida torpeza que parece invadir a esta larga y angosta faja cuando su selección adulta de fútbol llega a las instancias altas.

Ya no engulliremos reses por deporte ni nos pondremos sombreros de arlequín, ya no pintaremos nuestros rostros con temperas Fulton’s, ni oiremos los comentarios de quienes ven al fútbol como una excusa para dar impune lengua a sus ignaras reflexiones. Ya no oiremos al locutor de turno preguntar en la vega “¿cuánto ganaremos hoy?”, ni ladridos xenofóbicos ni geopolítica de kindergarten, ni hincharemos nuestros pechos con “la menos perspicaz de las pasiones: el patriotismo” (Borges). Solo podremos ver partidos solitarios (acaso los mejores), en familia o con esos amigos que siempre nos refrescan aquella edad de oro, cuando creíamos que este deporte era un tema incandescente como el sol o el respirar.

Tengo claro que el fútbol no es el ajedrez y que el entusiasmo ciego, el heroísmo con algo de mala leche y un alarde de perro combativo parecen indispensables a la hora de enfrentar este deporte. Pero de ahí a ver en la televisión peruana –por dar solo un ejemplo– a unas brujas mamachis hacerle maleficios en pantalla a la selección de Dinamarca –el país más desarrollado de la tierra y cuyos habitantes no resentirían más de cinco minutos el ser goleados por el Rimac–, parece indicar una pérdida de brújula, sobre todo en países como los nuestros.

Ya no se celebra el juego, sino el mero triunfo. Y el jugador rival, aunque sea un portento, o sobre todo si lo es, es visto como un ser detestable. Aquello es un error, porque a despecho de los negociados y el extravío de su esencia, a despecho de la pérdida de la naturalidad del fútbol, siempre habrá genios que se salgan de los márgenes y nos devuelvan a aquella perdida edad de oro, convirtiéndose en patrimonios de la humanidad. Porque, como alguna vez se dijo: “pensé que un hombre puede ser enemigo de otros hombres, de otros momentos de otros hombres, pero no de un país, no de luciérnagas, palabras, jardines, cursos de agua, ponientes...”.