jueves, noviembre 09, 2006

SALVADO POR GERMÁN MARÍN SESSA




Plena primavera. Miseria total (“y se queja este imbécil que no tiene cáncer y puede comer todos los días”). No me interesa explicitarla si no mediante carcajadas, cuyas tonalidades pueden ser agrias, pero que no por eso dejan de ser risotadas. Es muy sabido que la ira y la tristeza no van por el mismo carril, y la risotada feroz nada tiene que ver con la tristeza, emoción a la que prefiero hacerle la cruz.

Despierto del último sueño. Para eternizarlo aplico el “despertar heroico” de los Opus Dei (que no es otra cosa que salirse de la cama sin pensarla mucho). Soñaba que Germán Marín Sessa (Santiago, 1934), un escritor chileno muy potente con quien no tengo parentesco alguno, había sido invitado a disfrutar una velada, un paseo o una cena (en rigor las tres cosas) con algunos de los miembros de mi familia. En las escenas finales llegamos al último piso de un hotel con vista al mar, en Valparaíso o Viña del Mar, y nadie sabía porqué el autor de “La ola muerta” estaba ahí, tampoco yo. Mi anciana tía me reprochaba el tutearlo (cuestión que hacen muchos escritores aún menores que yo, supongo que previo consentimiento), pero yo no había hablado con Germán y tenía mis dudas de cómo dirigirle la palabra.

Llegó entonces a visitarme mi hija, a la sazón de 3 años, que por un rato fue dejada por su epiléptica madre y uno de sus cercanos. Como la relación con esas gentes, que yo salvé de la separación absoluta, es auténticamente mala, mi hija (que había sido dejada en un rincón del salón donde cenábamos) no vino de inmediato corriendo como un perrito amaestrado. No la quise seguir, y eso dio pie para que mi madre me agrediera brutalmente. Entonces grité de ira, pero fue como si un perro sin cuerdas vocales gritara.

Fue ahí que decidí salir del salón, subir dos pisos por la oscurísima escalera y dirigirme a la azotea. Pero el paso hacia ésta estaba vedado con electricidad, para evitar suicidios. Pero yo, extrañamente, no quería suicidarme, si no buscar el lugar donde el viejo Marín cenaba junto a mi familia (pese a que recién yo había salido de ahí… porque así son los sueños, y así muchas veces es muestro actuar).

Como todos sabemos, la configuración espacial y temporal de los sueños (donde uno es el dramaturgo, el director, el actor y el espectador de la pieza representada) tiene rasgos caóticos. Bajé de nuevo las mismas escaleras, pero sólo encontré un baño infecto. Ahí estaba Germán Marín, orinando, riéndose a carcajadas. Le dije: “HOLA, GERMÁN, ASÍ SON LAS COSAS NO’ MÁS”. Y él me respondió, trapicado de la risa: “¿Y TÚ A TU PADRE LO TRATAS DE USTED, POBRE DIABLO?” Yo también me reí; desperté; y me juzgué salvado; porque sentí que lo había entendido todo.

Sólo resta decir que Germán Marín Sessa es un anciano desagradable y suspicaz, lleno de resentimientos, a veces estériles. Es muy admirable su postura de hacer de la amargura autobiográfica (¡pero no cualquier autobiografía!) un bálsamo, una literatura redentora, pero él no es una persona admirable: ¡SÓLO PORQUE SU SENTIDO DEL HUMOR CARECE DE TODO LUDICISMO! Debo decir que lo conocí en febrero de 2004 en la editorial donde trabaja, y me dio una entrevista de 15 minutos, donde fue muy cordial y donde siempre nos tratamos de Usted.

Una última cosa, Marín es el autor de "FUEGOS ARTIFICIALES" (1973, su única novela mediocre), "EL PALACIO DE LA RISA" (1992) y, en los últimos 15 años, de la trilogía HISTORIA DE UNA ABSOLUCIÓN FAMILIAR (como de 1200 páginas en total) , compuesta por las novelas "CÍRCULO VICIOSO", "LAS CIEN ÁGUILAS" y "LA OLA MUERTA"; también escribió la trilogía de novelas cortas "UN ANIMAL MUDO LEVANTA LA VISTA" y un par de libros de relatos. Este año fue postulado al Premio Nacional de Literatura, y los críticos establecieron que era quien más méritos tenía para ganarlo.