miércoles, diciembre 19, 2007

APUNTES SOBRE NOCTURNO DE CHILE, DE ROBERTO BOLAÑO:


Por razones técnicas, es la tercera vez que rehago este posteo, y como no me hace gracia el chiste de Emile Ciorán, cuando en "Mortinato de clarividencia" nos habla del revés, diciendo que al eternizarse éste llegamos a amarlo y a necesitarlo, voy de nuevo a la carga :

Escribía sobre NOCTURNO DE CHILE (Edit Anagrama, 2000), la novela de Bolaño protagonizada por el sacerdote del Opus Dei y crítico literario Sebastián Urrutia Lacroix (que en realidad existe), quien arrasado por la fiebre recuerda algunas de sus vivencias capitales: Su amistad, que termina en decepción, con el crítico homosexual conservador Farewell (Alone) que le hace alusiones sexuales; el día en que conoce a Neruda en el fundo del anciano Farewell y el día en que asisten juntos al funeral del vate, ponderando lo desagradable del rotaje que acompaña al poeta (ambos), y lo bello de algunos jóvenes comunistas (Farewell); las clases de marxismo que Urrutia le imparte a la Junta Militar a petición de éstos, con la intermediación de dos oscuros señores llamados Oido y Odeim (el diálogo timorato y aquiescente de Urrutia con el agrandado Pinochet, donde se ve al ex Presidente como un tipo presuntuoso, intrigante y mendaz, que se declara intelectual a diferencia de todos sus predecesores, es notable; también la descripción de César Mendoza como un imbécil callado y astuto); su experiencia como veedor de iglesias europeas para un proyecto nacional de restauración, que lo hace conocer sacerdotes desquiciados que criaban halcones para descuartizar palomas hasta extinguirlas; y sobre todo su vivencia final en la casa de la escritora María Canales, esposa del miembro de la DINA James Thompson (ambos existentes, y todos conocen sus nombres), que realiza semanales y bien comidas y bebidas tertulias de escritores nacionales, mientras en el sótano de su casa se tortura y se asesina; y la conversación final con ella, que se ríe de forma diabólica, sufre espantosamente, pero no se arrepiente

Nocturno... es un pedazo de historia, una muestra del estilo dionisíaco y paródicamente eruditizante de un autor que gusta de burlarse de la erudición. Es una muestra de su ritmo febril, que en un solo y apretado párrafo de 65pantáginas (el libro lo leí en PDF), sin capítulos y sin puntos aparte (salvo la frase final " y después se desata la tormenta de mierda"), recrea las remembranzas esenciales de un hombre para nada siemple; quizá demasiado complejo; quizá demasiado razonable y aséptico; quizá demasiado impoluto para hacer lo que hizo, para lograr esa complicidad sin habérsele arrugado la sotana.

Parodiando uno de los recursos de Bolaño (el de las enumeraciones con la reiteración de algunas palabras), debo decir que el tema de la novela es la memoria en medio del olvido final; que el tema es un convaleciente que razona sus posibles culpas y se las achaca al destino trágico de un país abandonado por Dios, pero no a si mismo; que el tema es el poder (Neruda incluido), y la política, y la influencia de estos en algo tan precario y a la vez tan decidor como la literatura; que el tema es un fragmento ominoso de la historia de Chile que recién estamos indagando y disfrutando. Y que el tema es, ante todo, la irrealidad de un intelectual aristocratizante (o más bien clasista), frío, asexuado y receloso de la idea misma del sexo, despreciativo con la gente de carne y hueso, sobre todo si son pobres (sobrecoge esa parte cuando se extravía en el fundo de Farewell -otra bolañada kafkiana- y al ver el funeral de un angelito, siente asco y es incapaz de empatizar con el hecho), que al rememorar su existencia, impelido por un joven envejecido que va a insultarlo a su casa (el mismo Bolaño, diremos, por comodidad literaria), no hace más que consagrar una impunidad que en esos tiempos alcanzó ribetes ecuménicos... y más aún si a ésta fue posible sumarle ese rasgo pavoroso y despreciable del ratón de biblioteca que, desde su esclerosis espiritual disfrazada de cultura impoluta y de bondad (¿como en el delirio platónico que iguala lo Bueno, lo Bello y lo Verdadero?), no hace otra cosa que transparentar una de las formas más sutiles del mal, o del error, o de la confusión, o de la ceguera, de quien cree saber demasiado y a la vez sabe tan poco.

Y para ejemplificarlo, bastarían estas pocas líneas indestructibles :

"Un día decidí que ya era tiempo de regresar a Chile. Volví en avión. La situación en la patria no era buena. No hay que soñar sino ser consecuente, me decía. No hay que perderse tras una quimera sino ser patriota, me decía. En Chile las cosas no iban bien. Para mí las cosas iban bien, pero para la patria no iban bien. No soy un nacionalista exacerbado, sin embargo siento un amor auténtico por mi país. Chile, Chile. ¿Cómo has podido cambiar tanto?, le decía a veces, asomado a mi ventana abierta, mirando el reverbero de Santiago en la lejanía. ¿Qué te han hecho? ¿Se han vuelto locos los chilenos? ¿Quién tiene la culpa? Y otras veces, mientras caminaba por los pasillos del colegio o por los pasillos del periódico, le decía: ¿Hasta cuándo piensas seguir así, Chile? ¿Es que te vas a convertir en otra cosa? ¿En un monstruo que ya nadie reconocerá? Después vinieron las elecciones y ganó Allende. Y yo me acerqué al espejo de mi habitación y quise formular la pregunta crucial, la que tenía reservada para ese momento, y la pregunta se negó a salir de mis labios exangües. Aquello no había quien lo aguantara. La noche del triunfo de Allende salí y fui caminando hasta la casa de Farewell. Me abrió la puerta él mismo. Qué envejecido estaba. Por aquel entonces Farewell debía de rondar los ochenta años o quizás más y ya no me tocaba la cintura ni las caderas cuando nos veíamos. Pasa, Sebastián, me dijo. Lo seguí hasta la sala. Farewell estaba haciendo unas llamadas telefónicas. Al primero que llamó fue a Neruda. No pudo establecer contacto con él. Luego llamó a Nicanor Parra. Lo mismo. Yo me dejé caer en un sillón y me cubrí la cara con las manos. Todavía oí cómo Farewell discaba los números de cuatro o cinco poetas más, sin ningún resultado. Nos pusimos a beber. Sugerí que llamara, si eso lo tranquilizaba, a algunos poetas católicos que ambos conocíamos. Esos son los peores, dijo Farewell, deben de estar todos en la calle, celebrando el triunfo de Allende. Al cabo de unas horas Farewell se quedó dormido en una silla. Quise llevarlo hasta la cama, pero pesaba demasiado y lo dejé allí. Cuando volví a mi casa me puse a leer a los griegos. Que sea lo que Dios quiera, me dije. Yo voy a releer a los griegos. Empecé con Homero, como manda la tradición, y seguí con Tales de Mileto y Jenófanes de Colofón y Alcmeón de Crotona y Zenón de Elea (qué bueno era), y luego mataron a un general del ejército favorable a Allende y Chile restableció relaciones diplomáticas con Cuba y el censo nacional registró un total de 8.884.768 chilenos y por la televisión empezaron a transmitir la telenovela El derecho de nacer, y yo leí a Tirteo de Esparta y a Arquíloco de Paros y a Solón de Atenas y a Hipo-nacte de Efeso y a Estesícoro de Himera y a Safo de Mitilene y a Teognis de Megara y a Anacreonte de Teos y a Píndaro de Tebas (uno de mis favoritos), y el gobierno nacionalizó el cobre y luego el salitre y el hierro y Pablo Neruda recibió el Premio Nobel y Díaz Casanueva el Premio Nacional de Literatura y Fidel Castro visitó el país y muchos creyeron que se iba a quedar a vivir acá para siempre y mataron al ex ministro de la Democracia Cristiana Pérez Zujovic y Lafourcade publicó Palomita blanca y yo le hice una buena crítica, casi una glosa triunfal, aunque en el fondo sabía que era una novelita que no valía nada, y se organizó la primera marcha de las cacerolas en contra de Allende y yo leí a Esquilo y a Sófocles y a Eurípides, todas las tragedias, y a Alceo de Mitilene y a Esopo y a Hesiodo y a Heródoto (que es un titán más que un hombre), y en Chile hubo escasez e inflación y mercado negro y largas colas para conseguir comida y la Reforma Agraria expropió el fundo de Farewell y muchos otros fundos y se creó la Secretaría Nacional de la Mujer y Allende visitó México y la Asamblea de las Naciones Unidas en Nueva York y hubo atentados y yo leí a Tucídides, las largas guerras de Tucídides, los ríos y las llanuras, los vientos y las mesetas que cruzan las páginas oscurecidas por el tiempo, y los hombres de Tucídides, los hombres armados de Tucídides y los hombres desarmados, los que recolectan la uva y los que miran desde una montaña el horizonte lejano, ese horizonte en donde estaba yo confundido con millones de seres, a la espera de nacer, ese horizonte que miró Tucídides y en donde yo temblaba, y también releí a Demóstenes y a Menandro y a Aristóteles y a Platón (que siempre es provechoso), y hubo huelgas y un coronel de un regimiento blindado intentó dar un golpe y un camarógrafo murió filmando su propia muerte y luego mataron al edecán naval de Allende y hubo disturbios, malas palabras, los chilenos blasfemaron, pintaron las paredes, y luego casi medio millón de personas desfiló en una gran marcha de apoyo a Allende, y después vino el golpe de Estado, el levantamiento, el pronunciamiento militar, y bombardearon La Moneda y cuando terminó el bombardeo el presidente se suicidó y acabó todo. Entonces yo me quedé quieto, con un dedo en la página que estaba leyendo, y pensé: qué paz. Me levanté y me asomé a la ventana: qué silencio. El cielo estaba azul, un azul profundo y limpio, jalonado aquí y allá por algunas nubes. A lo lejos vi un helicóptero. Sin cerrar la ventana me arrodillé y recé, por Chile, por todos los chilenos, por los muertos y por los vivos".
¿Es mentira todo aquello que Bolaño dice de aquel cura que existe bajo otro nombre. Lo dudo. Y si hubiera alguna maña o exageración, me permito recordar que la literatura no tiene que ver con la cortesía. Y que a veces ésta disfraza una barbarie que es mucho más que literaria.