domingo, enero 03, 2010

Última sesión de UNA VENTANA A LA LIBERTAD

El viernes 18 de diciembre fue la última sesión de UNA VENTANA A LA LIBERTAD, el taller de narrativa destinado a diez reclusos de la cárcel de Temuco. Una experiencia inédita en Chile, salvo honrosas excepciones, y sin duda replicable, pero nada simple. Porque el espectáculo de la realidad parece moverse en otra cuerda. Ocurre que el intelectual, ya sea político, académico, artista (desesperado o satisfecho) o burócrata del pensamiento, parece estar sobrepasado por la superestructura que lo cobija, sea privada, pública, religiosa o fáctica, y no se va a arriesgar a mucho. Y si a eso agregamos que en Chile reina la cultura del oficio hasta para ir al baño, del paper tedioso, de la carta incontestada y, lo que es peor, de un cierto asnal (¿o sospechoso?) acatamiento hacia la “autoridad competente”, el resultado es el desánimo, una merma en la creatividad y un retroceso del espíritu, que no suele avanzar entre los adocenados.

Lo he dicho muchas veces. La creatividad no tiene que ver con rendirle pleitesía a los buenos modales, ni con la obediencia debida a personas o instituciones que apenas saben lo que hacen (¡mientras las cifras les calcen!); eso es una apología del burocratismo, casi siempre miope. La creatividad va más allá de la repetición de formulismos, de la profusión de ruidos o papeles, del anhelo de ser parte de un algo o de sumarse a quienes ven a la cultura como un deber. La creatividad o facultad de crear es dolorosa como un parto, extraordinaria como un viaje interplanetario o simplemente lo es a cuentagotas. Ya lo dijo el dramaturgo irlandés George Bernard Shaw (1856-1950): “El hombre sensato pretende adaptarse al mundo, mientras que el hombre insensato pretende que el mundo se adapte a él: todo progreso depende de este último”.

La cultura es mucho más que una repartición o un dato. Es aquello que, entre tantos otros méritos, nos hace sentir ricos sin dinero, poner un freno entre el pensamiento y la acción, y saltar sobre la tiranía del deseo (tan caro a estos tiempos). Es una forma de sentirse parte de la comunidad aún en el destierro, y de sentir que podemos estar vivos aún despreciando la vida.

Días después del nacimiento de Cristo (y no de Milton Friedman), aprovecho de saludar a mis ex talleristas, instándolos de paso a resistir, no sólo sus personales infortunios, sino las varias arbitrariedades que contra ellos se cometen. A juicio de quien esto escribe, cualquier noción de progreso (y no de mero desarrollo) indica que, en un futuro ojalá no tan lejano, las cárceles tradicionales serán vistas como ahora vemos a la esclavitud, a la tortura o al homicidio legalizado.