Michelle Bachelet se apresta a ganar en primera vuelta y Chile enfrenta desafíos que me atrevería a llamar insoslayables: educación gratuita y de excelencia, reforma previsional y tributaria, y modificación de la carta constitucional, entre los principales. Pero hay un tema que se ha tocado de forma asistemática, o quizá si de soslayo o a manera de consigna con los pies de barro (Franco Parisi), que reviste una importancia acaso si mayor: el de renovar las prácticas políticas. El tema, que podría parecer una abstracción inabordable o un espurio manifiesto de buenas intenciones, se puede aterrizar con ejemplos harto simples, algunos de los cuáles ya se están sugiriendo y puntualizo acá.
Por ejemplo, es propio de un estadio social que debiera superarse el que los parlamentarios tengan sueldos millonarios, por lo cual algunos candidatos (como Giorgio Jackson y Gabriel Boric) han planteado rebajarlos en un 50%, lo que además permitiría reformar el sistema binominal de la única forma sensata, que es aumentando el número de senadores y diputados, sin que el erario público se vea resentido. Aún recuerdo cuando hace algunos años se planteó esta iniciativa y algunos congresistas adujeron que no tenía sentido, pues “usamos nuestros sueldos para ayudar a la gente que sufre”. Huelga decir que ello sólo propicia el paternalismo, la prebenda, el asadismo-leninismo y el tráfico de influencias. Y sobre esto último, es inaudito que quienes ocupan cargos puedan abrir a sus familias espacios de poder, so pretexto de que “el deseo de ayudar a los hambrientos lo llevamos en la sangre”, o algo así: es una práctica colonialista que debiera desecharse.
Asimismo, tenemos el caso de la propaganda política, cuyos gastos no se han transparentado, y que además se obstina en la pornografía visual. Las famosas palomas, por ejemplo, que desconcentran a los automovilistas y no se pueden reciclar, han hecho nata en estos días; llegará el tiempo en que nos avergoncemos de ellas, como hoy nos abochornan los rayados de paredes.
Por último, ¿qué me dice usted, caro lector, de las eternas reelecciones que han llevado a algunos orondos señores a estar 24 años en el congreso y siguen en campaña? ¿O de los candidatos con conflictos de interés (Sabag), con problemas judiciales (Velázquez) o apernados en virtud de maquinarias (Escalona), que le hacen un flaco favor a la Nueva Mayoría (y a cualquier conglomerado) y que no obstante perseveran en su sitio? Esperamos –soñar es gratis e inclusive saludable– que estos sólo sean los postreros estertores de unas prácticas malsanas que la Historia se haya en vías de superar.