lunes, enero 29, 2018

NICANOR PARRA Y JORGE TEILLIER


Tras la reciente muerte del poeta Nicanor Parra, discurríamos con Katherine Chávez y Rodrigo Hiriarte sobre su principal legado. Las ideas llegaban a la mar en conceptos tales como: la desacralización de la figura del poeta y de la poesía como objeto que mira a su público desde arriba (“A diferencia de nuestros mayores / Y esto lo digo con todo respeto / Nosotros sostenemos / Que el poeta no es un alquimista / El poeta es un hombre como todos / Un albañil que construye su muro: / Un constructor de puertas y ventanas”, habría dicho Parra); la noción de que la poesía podía también elaborarse con otros géneros o subgéneros escritos de la cultura (la crónica, el reportaje, la epístola, el parte policial, el noticiario, el manifiesto, el grafitti, la plegaria, el sermón, etc); y la utilización de cierto método científico en la manufactura de los versos.


Pero más allá de aquel consenso (es un decir), a mí me trabaja la idea de Parra como un sujeto que, no obstante tener una sensibilidad de izquierda se situó por encima de izquierdas y derechas y que, acaso porque en plena Guerra Fría entendió que esta tenía sus días contados, puso su cabeza en el ojo del huracán: “¿Hasta cuándo siguen fregando la cachimba / Yo no soy ni izquierdista ni derechista / Yo simplemente rompo con todo”, contestó en uno de sus artefactos a quienes en tantas ocasiones lo acusaron de descomprometido y hasta traidor.


Y es precisamente esta preponderancia de criterios estéticos por sobre una ética en blanco y negro y cortoplacista, lo que asemeja a Nicanor Parra con Jorge Teillier, quien al igual que el primero descreía de eslóganes y metarrelatos políticos. Ambos buscaban una suerte de Gran Ética o filosofía personal, porque no les acomodaba la figura del artista como lugarteniente del poder (Adorno). El mismo poeta de Lautaro (ciudad donde también viviera Nicanor) nos lo aclara en uno de sus ensayos: “Yo sentimentalmente sabía que la poesía debía ser un instrumento de lucha y liberación, y mis primeros amigos poetas fueron los que en ese entonces seguían el ejemplo de Neruda y luchaban por la Paz y escribían poesía social. Pero yo era incapaz de escribirla, y eso me creaba un sentimiento de culpa que aún ahora suele perseguirme... Pero creo que la poesía no puede estar al servicio de ideología alguna. Ninguna poesía ha calmado el hambre o remediado una injusticia social, pero su belleza puede ayudar a sobrevivir contra todas las miserias”.