domingo, junio 24, 2007

CARTA AL CONSEJO DEL LIBRO


La siguiente carta, cuyo autor intelectual no soy yo si no el periodista Aníbal Barrera que se parece y no sólo físicamente a Pablo de Rokha, la firmé de manera inercial. El daño ya estaba hecho y lo que de verdad ameritaba era el suicidio, pues en esa postulación había demasiado en juego, partiendo por el hambre (de todo tipo) y la credibilidad familiar.

Por eso entendía que sumarme a aquel fútil alegato, seguramente instigado por la poeta Tomasa Cangurón (otrora experta en amiguismos más o menos descarados), era en cierto modo avalar esa forma tan fea del chuchasumadrismo llamada (la palabra no existe) temperamentalidad. Pues siempre, y quizá paradójicamente, he creído que los seres temperamentales son inferiores. Por ejemplo, creo que el hecho de que Tomasa haya dicho que no quería sus "cuatro millones legítimamente ganados, si no sólo las copias de mi libro inédito" (www.letras.s5.com/090607.htm), es un hecho que contamina a todo el género humano. Porque no hay estupidez en el mundo que no sea germen de un infierno posible.

En todo caso, decidí seguirle el juego a Barrera y divertirme. Hay en esa carta, que fue publicada en varios diarios, a lo menos una frase excepcional. Lo que más suscribo de ella es que los señores del Consejo del Libro tienen un criterio de selección por decir lo menos miope que, salvo excepciones, se engulle a sus hijos más dotados (como en el dios Cronos de la foto); y que en el prostíbulo literario de la patria parece estar todo dicho en lo que a concursos se refiere. La batalla por la vida va perdida de antemano, pero lo heróico es ganarla, decía De Rokha: alguien a quien, por políticamente incorrecto, el Consejo del Libro habría ninguneado de manera pertinaz. Pero él se habría permitido cualquier cosa, menos gimotear sin clase. He aquí la carta.

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En fecha reciente, los escritores nacionales Erick Pohlhammer, Raúl Zurita, José María Memet, Sergio Badilla, Omar Pérez, Mauricio Barrientos, Felipe Ruiz, Teresa Calderón, Gustavo Barrera, Víctor Hugo Díaz y Camilo Brodsky emitieron una categórica declaración pública en la que comienzan sosteniendo que nuestro país vive la peor crisis cultural de su historia. Tal lapidario aserto dice relación con los procedimientos empleados por el Consejo del Libro para evaluar los proyectos literarios que escritores emergentes y consagrados presentaron durante el presente año al área de Fomento de la Creación Literaria para su financiamiento. “…Se debería afirmar que el país no tiene proyecto cultural y que su masa crítica, creativa y artística, está sujeta a los vaivenes de la mediocridad, del oportunismo y de la corrupción”, afirman los escritores mencionados.

Desde nuestra perspectiva de escritores de la mapuche región de La Araucanía –tierra pletórica de prosapia guerrera y literaria– expresamos nuestro absoluto respaldo a la legítima protesta de nuestros pares. No lo hacemos desde frustración alguna; de lo que sí estamos ciertos es de la calidad y altura de miras de los proyectos con los cuales concursamos. Así como también de que los evaluadores santiaguinos de los mismos parecen estar obnubilados por una extraña forma de oligofrenia.

A uno de nosotros –Guillermo Chávez, periodista y escritor– se le evaluó técnicamente en términos de que se trata de un escritor conocido en su medio, pero sin proyección nacional. Creemos que se está en presencia de una chabacanería y de una estupidez, toda vez que el proyecto escritural de Chávez consistía en una novela de no ficción en la que aspiraba a poner de manifiesto los vaivenes culturales y las contradicciones –no pocas veces, horrorosos– que ha debido vivir nuestra muy sufrida región desde los días previos al advenimiento de la democracia en 1990. Guillermo Chávez, periodista del diario Austral de Temuco desde 1986, ha sido un observador privilegiado de esa realidad. Por otra parte, ¿de dónde salen esos premonitorios evaluadores, capaces de conjeturar en torno a las posibilidades de proyección nacional de un escritor al que el centralismo santiaguino relegó al anonimato?

Otro de los nuestros –Aníbal Barrera, también periodista y escritor– presentó un proyecto de ensayo acerca de la teoría de un ilustre psicólogo chileno, don Héctor Pauchard, la aplicación de la cual tendría significativos logros en la convivencia social de nuestra patria, particularmente en la prevención de todas las formas de violencia agresiva. La tenaz estulticia de los evaluadores los llevó a sostener que se está en presencia de un interesante material ensayístico, pero no lograron divisar las proyecciones de la obra; pese a que la fundamentación del proyecto carecía de fisuras, según lo expresó un connotado integrante local del Consejo de la Cultura y las Artes.

Luis Marín, también periodista, elevó en su calidad de escritor profesional un proyecto novelístico de indiscutible interés, nutrido por su experiencia reporteril, la cual le permitió conocer la increíble evolución de un ex oficial del Ejército de Chile, desde una irreductible devoción a la filosofía de Nietzsche hasta su actual condición, evolución que da cuenta de su paso por muchas ideologías políticas, en una suerte de correlato de 40 años de la historia nacional de las que fue testigo omnipresente. Los competentes evaluadores estimaron que el proyecto de Marín es una suerte de apología del nazismo, lo que ven en contraposición de la lógica del Consejo del Libro y la Lectura.

¿Qué es todo esto sino chabacanería y estupidez? ¿Se equivocan acaso aquellos escritores nacionales cuando afirman que la masa crítica, creativa y artística de nuestra nación está sujeta a los vaivenes de la mediocridad, del oportunismo y de la corrupción?


Aníbal Barrera Ortega. Periodista y escritor
Guillermo Chávez Sepúlveda. Periodista y escritor
Luis Marín Cruces. Periodista y escritor.


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