Hace algo de tiempo, cuando el joven poeta HIPERVENTILADO Camilo Herralde (uno de los seres más proactivos de la poesía chilena que he conocido en el último tiempo) ideó el blog www.violentosur.blogspot.com (que debe estar fuera de circulación), con el fin de informar sobre los pormenores de esa interesante actividad que fue el PRIMER ENCUENTRO DE POESÍA “VIOLENTO SUR”, que se desarrollo en la ciudad de Temuco a fines de enero de este año 2007 y con casi 30 invitados, nadie pensó, ni en sus mejores sueños o pesadillas, que el blog aquel se convertiría en un auténtico vertedero de la envidia y del resentimiento.
Asimismo, al revisar de manera profusa una serie de páginas (como por ejemplo el espléndido blog de Pablo Rumel, www.digresivo.blogspot.com ) me doy cuenta de que hay en el aire una suerte de ética de la envidia, de odio ciego y contumaz, de cuestionamiento hacia todo aquel que por las razones que fuere está mejor posicionado o-ha leído-más-o-ha-dado-más-que-hablar-o-tiene-más-y-justa-fama-dinero-o-mujeres-o-gracia-o-talento-o-suerte-o-simpatía-o-conjunciones-astrales-más-benévolas que uno. Pongo el caso de Rumel, un sujeto gratamente enciclopédico y adepto al rock pesado, porque en varios de los comentarios de sus blogs le han tirado una mierda a mi juicio inexplicable, ¡SI HEMOS DE CONSIDERAR LO QUE DE VERDAD IMPORTA EN UN BLOG QUE ES SU CUALIDAD APORTATIVA! Como estoy un poco viejo, con enfermedades a la próstata y perdiendo la vista y el olfato, quizá peque de ingenuo al reparar en algo tan obvio, mas recapitulando llego una vez más y por diez milésima vez a la conclusión de que la envidia SE ACRECIENTA PRECISAMENTE AL CONTEMPLAR LA GRANDEZA DEL OTRO. Ya lo dijo Friedrich Wilhelm Nietzsche en el aforismo N° 173 de la cuarta parte de su notable “MÁS ALLÁ DEL BIEN Y DEL MAL” (libro que recomiendo encarecidamente, quizá incluso más que el archimanido pero no por eso menos agraciado “ALSO SPRACH ZARATHUSTRA”) : “NO SE ODIA A QUIEN SE DESPRECIA, SINO AL ADVERSARIO A QUIEN SE ESTIMA IGUAL O SUPERIOR A UNO MISMO”. Así de simple es la cosa, y en la lógica de la envida (que según la teología es el segundo pecado capital menos grave después de la pereza, pero para mí es uno de los primeros) cabe todo, por ejemplo espetarle a la gente vicios, defectos y errores que nada tienen que ver con el tema tratado.
Sobre esto último debo mencionar un dato interesante. Hace unos cinco o diez años atrás (prefiero indeterminar la fecha) el ultra-laureado poeta Genaro Huenchullán (con quien he tenido desencuentros terminales a causa de su soberbia) estuvo gravemente enfermo de cáncer. A raíz de eso, su archienemigo cabal (y aquí estamos hablando de una querella literaria digna del odio entre Pablo Neruda y Pablo de Rokha, aunque los actuales vates no les lleguen ni a los talones a aquellos colosos), el poeta Elicura Llanquilef, le vertió a Miguel Cerón Bontes el siguiente comentario: “¿Y TODAVÍA NO SE MUERE ESE CONCHAS DE SU MADRE?” Me parece que eso es demasiado. Porque hay otras armas. Porque hay otras formas, algo menos innobles, de combatir o despreciar al enemigo o adversario. Yo creo que lo único que va quedando en esta bolsa de gatos (de campo) que es la literatura chilena, es mentar a los hijos, diciendo por ejemplo: “¡maraco conchas de tu madre, al menos yo no tengo un hijo con síndrome de down!”. Cuando ello ocurra, estaremos en un estadio superior de involución, pero en esos tiempos, la televisión exhibirá en horario prime programas de sujetos desollados y vertidos en agua caliente, o violencias de esa índole, de las que la Historia está llena.
Por ejemplo, el zar Iván el Terrible (1530-1584), un ser que emprendió algunas notables campañas militares, un verdadero triunfador, se caracterizó por un grande desprecio por sus semejantes, y por sus alardes mistizoides. Extraeré tres párrafos de su biografía elaborada por el ruso Henry Troyat:
“Por pura crueldad refinada, los maridos eran torturados delante de sus esposas, las madres delante de sus hijos. Les daban latigazos, les rompían los miembros, los emasculaban y tostaban a fuego lento… Al principe Oprichnik lo hirvieron en agua caliente y lo sumergieron después en agua helada y su piel se desprendió como la de una anguila, y esto fue hecho delante de toda su familia. En todo aquel suplicio, Oprochnik no paraba de rezar y pedir por la salud del zar”.
“Según el zar, para conocer los misterios humanos no había nada más instructivo que observar las reacciones de una víctima indefensa enfrentada al dolor y la muerte. Incluso alguien como él, acostumbrado a las cámaras de tortura, sentía placeres inéditos… Después de moler a palos, desollar, atenazar, descuartizar, asar, el zar se hundía en la mujer o en Dios con bríos renovados, porque era un sensualista irrefrenable y un hombre muy creyente”.
“Cuando torturaba a un culpable verdadero, tenía una sensación de venganza cumplida y, más allá, de estar de acuerdo con el tribunal de Dios, lo cual era muy agradable. Pero cuando torturaba a un inocente su gozo era más sutil y más intenso. Lo que sentía entonces era el placer de hacer daño por hacerlo, la embriaguez de destruir a un semejante sin motivo, el orgullo de sentirse encima de las leyes humanas. La justicia injusta es un manjar refinado… cuando castigaba sin razón se volvía igual a Dios”.