Quizá el carácter digresivo del posteo anterior me llevó a otras aguas. Yo hablaba del odio virtual. Decía que muchos de los blogs se han convertido en receptáculos del resentimiento y de la envidia, vertidos en forma de comentarios casi siempre anónimos, a modo de chistes o recados funestos o invenciones de apodos y contra invenciones. Y ello -el no saber quien es quien- es extrapolable a buena parte del fenómeno de internet, que ocurre de manera virtualizada, con gentes que muchas veces no tienen rostro, ni edad, ni nacionalidad, ni sexo siquiera. En Colombia, sin ir más lejos, hay varias páginas de sicarios que ofrecen sus servicios y a los que nunca les veremos la cara. Nadie sabe quien es quien en este paraíso o este infierno de la web.
Voy a contar una experiencia personal, que algo tiene que ver con el blog censurado.
En el verano del presente año de 1987 hubo un encuentro de poesía con casi 30 invitados de varias ciudades. Uno de los organizadores fue un sujeto (Lautaro, setiembre de 1975) a quien por comodidad narrativa llamaremos Cocorro el Cocodrilo. Es éste un hombre de barba y corazón luciferino, más petulante que el hipo y del todo estragado en la feral esquizofrenia, enfermedad que nunca le han diagnosticado (pues nunca ha ido a un siquiatra), pero que -entre otros males- lo lleva a autodesbaratarse y a ¡MENTIRSE A SI MISMO! Sobrarían los ejemplos para rubricar mi aserción, pero puedo contarles, así para mentar uno solo de sus chistes, que hace algunos años, cuando yo hacía un curso de inglés en la ciudad de Santiago, le conté que intentaba mis primeras traducciones, específicamente de algunos poemas del irlandés William Buttler Yeats, y el me contestó : “me parece bien, pero si yo hiciera un curso de inglés lo haría con el único fin de superar a Shakespeare en su lengua”.
Hace poco más de un mes este niñajo (no es oligofrénico pero aparte de ser envidioso se autodesbarata, lo cual lo convierte en uno) me sorprendió, estando yo muy borracho, llevándome desde su casa y sin antes consultarle, la antología de poemas de Bolaño “La universidad desconocida”. Este deporte lo hemos mutuamente practicado durante años sin que ello constituya una querella por hurto calificado (de hecho, para bien o para mal, la propiedad privada de los libros es algo siempre relativo, por lo cual aconsejo intercambiar o regalar, pero jamás prestar). A raíz de eso, un par de horas después y luego de recuperar “La universidad…”, me expulso furiosamente del bar que regenta, y sólo gracias al oficio de varios amigos, casi todos poetas (porque supuestamente se realizaba la última versión de “Violento Sur”, ¡PERO SIN PÚBLICO PORQUE EL SUJETO NO LE DIJO A NADIE QUE LE HABÍAN SACADO UN PARTE POR ATENDER SIN PATENTE!), no llevó a cabo su intención.
Pero eso no es todo. Como debido a la gran cantidad de posteos insultantes y ninguneantes que Cocorro el Cocodrilo recibió en el blog de www.violentosur.blogspot.com, y de los cuales él se defendía de una forma que da pena, ya glorificándose (“fui educado en las artes del karate y la maratón; soy un ser luminoso y superior a quien todo el mundo abre las puertas”) o inventando cartas de mujeres que lo han admirado, se volvió paranoide. Al punto de amenazar con golpearme si iba a su casa a buscar la mochila que me sustrajo para ver si le había sacado más libros. En esa mochila estaban dos ediciones de mi texto “Palacio Larraín” (“La calabaza del diablo”, 2006) y -esto si que me duele más- algunas notas de prensa donde se habla de los lanzamientos que he hecho de mi libro, de las que no tengo copia.
Lo cierto es que no me va a devolver la mochila. Es más, me amenazó groseramente si yo iba a conversar, civilizadamente, el asunto a su casa. En años anteriores no habría sentido temor de ir de todas formas, pero en el tiempo presente, Cocorro consume montañas de cocaína… y quines sabemos de ciencia intuímos lo que la cocaína podría provacarle a un tipo que más encima no sabe quien es. Que es virtual. Más irreal que su perpetua cazuela de mentiras.
Ante todo, lo que le duele a Cocorro es que yo haya publicado antes que él, y el que yo sea considerado un escritor y él no, debido a lo cual suele acusarme de FAMOFÍLICO (acabo de inventar una palabra). Además, siempre me achaca como un crimen el que yo sea de otra clase social que la suya, el que no haya pasado hambre durante mi infancia, y el que mis padres me apoyen en momentos en que yo no puedo autosolventarme. Eso es esquizofrenia, porque a él también lo apoyan; de hecho, el bar que atiende (y que en ciertas épocas le reporta montañlas de dinero) se lo arrendaron sus proletarios y esforzados padres que en realidad se dedican a eso. Algo me dice que esa bar seguirá teniendo buenas ganancias, pero estoy casi seguro que Cocorro el Cocodrilo va por mal camino si no acude de manera urgente a realizarse un sahuerio… o a lo menos una carta astral, porque el buen hombre no cree en Dios ni en casi nada de manera constante. Es más, ahora dice estar enamorado de una tipa a quien en cierta ocasión insultó por mail de la forma siguiente “Y DÉJAME TRANQUILA POBRE HUEVONA. Y NO TE DIGO HIJA DE PUTA PORQUE NO TIENES MADRE”.
Nada más virtual que Cocorro. Nada más irreal que Cocorro enojado en virtud de cuestiones virtuales. Al menos me has regalado un personaje, mi querido Pedro Chucha Rancia.
Voy a contar una experiencia personal, que algo tiene que ver con el blog censurado.
En el verano del presente año de 1987 hubo un encuentro de poesía con casi 30 invitados de varias ciudades. Uno de los organizadores fue un sujeto (Lautaro, setiembre de 1975) a quien por comodidad narrativa llamaremos Cocorro el Cocodrilo. Es éste un hombre de barba y corazón luciferino, más petulante que el hipo y del todo estragado en la feral esquizofrenia, enfermedad que nunca le han diagnosticado (pues nunca ha ido a un siquiatra), pero que -entre otros males- lo lleva a autodesbaratarse y a ¡MENTIRSE A SI MISMO! Sobrarían los ejemplos para rubricar mi aserción, pero puedo contarles, así para mentar uno solo de sus chistes, que hace algunos años, cuando yo hacía un curso de inglés en la ciudad de Santiago, le conté que intentaba mis primeras traducciones, específicamente de algunos poemas del irlandés William Buttler Yeats, y el me contestó : “me parece bien, pero si yo hiciera un curso de inglés lo haría con el único fin de superar a Shakespeare en su lengua”.
Hace poco más de un mes este niñajo (no es oligofrénico pero aparte de ser envidioso se autodesbarata, lo cual lo convierte en uno) me sorprendió, estando yo muy borracho, llevándome desde su casa y sin antes consultarle, la antología de poemas de Bolaño “La universidad desconocida”. Este deporte lo hemos mutuamente practicado durante años sin que ello constituya una querella por hurto calificado (de hecho, para bien o para mal, la propiedad privada de los libros es algo siempre relativo, por lo cual aconsejo intercambiar o regalar, pero jamás prestar). A raíz de eso, un par de horas después y luego de recuperar “La universidad…”, me expulso furiosamente del bar que regenta, y sólo gracias al oficio de varios amigos, casi todos poetas (porque supuestamente se realizaba la última versión de “Violento Sur”, ¡PERO SIN PÚBLICO PORQUE EL SUJETO NO LE DIJO A NADIE QUE LE HABÍAN SACADO UN PARTE POR ATENDER SIN PATENTE!), no llevó a cabo su intención.
Pero eso no es todo. Como debido a la gran cantidad de posteos insultantes y ninguneantes que Cocorro el Cocodrilo recibió en el blog de www.violentosur.blogspot.com, y de los cuales él se defendía de una forma que da pena, ya glorificándose (“fui educado en las artes del karate y la maratón; soy un ser luminoso y superior a quien todo el mundo abre las puertas”) o inventando cartas de mujeres que lo han admirado, se volvió paranoide. Al punto de amenazar con golpearme si iba a su casa a buscar la mochila que me sustrajo para ver si le había sacado más libros. En esa mochila estaban dos ediciones de mi texto “Palacio Larraín” (“La calabaza del diablo”, 2006) y -esto si que me duele más- algunas notas de prensa donde se habla de los lanzamientos que he hecho de mi libro, de las que no tengo copia.
Lo cierto es que no me va a devolver la mochila. Es más, me amenazó groseramente si yo iba a conversar, civilizadamente, el asunto a su casa. En años anteriores no habría sentido temor de ir de todas formas, pero en el tiempo presente, Cocorro consume montañas de cocaína… y quines sabemos de ciencia intuímos lo que la cocaína podría provacarle a un tipo que más encima no sabe quien es. Que es virtual. Más irreal que su perpetua cazuela de mentiras.
Ante todo, lo que le duele a Cocorro es que yo haya publicado antes que él, y el que yo sea considerado un escritor y él no, debido a lo cual suele acusarme de FAMOFÍLICO (acabo de inventar una palabra). Además, siempre me achaca como un crimen el que yo sea de otra clase social que la suya, el que no haya pasado hambre durante mi infancia, y el que mis padres me apoyen en momentos en que yo no puedo autosolventarme. Eso es esquizofrenia, porque a él también lo apoyan; de hecho, el bar que atiende (y que en ciertas épocas le reporta montañlas de dinero) se lo arrendaron sus proletarios y esforzados padres que en realidad se dedican a eso. Algo me dice que esa bar seguirá teniendo buenas ganancias, pero estoy casi seguro que Cocorro el Cocodrilo va por mal camino si no acude de manera urgente a realizarse un sahuerio… o a lo menos una carta astral, porque el buen hombre no cree en Dios ni en casi nada de manera constante. Es más, ahora dice estar enamorado de una tipa a quien en cierta ocasión insultó por mail de la forma siguiente “Y DÉJAME TRANQUILA POBRE HUEVONA. Y NO TE DIGO HIJA DE PUTA PORQUE NO TIENES MADRE”.
Nada más virtual que Cocorro. Nada más irreal que Cocorro enojado en virtud de cuestiones virtuales. Al menos me has regalado un personaje, mi querido Pedro Chucha Rancia.