viernes, abril 30, 2010

¿CÓMO DIFUNDIMOS LA LECTURA?


El 23 de abril se conmemoró el Día Internacional del Libro y el Derecho de Autor, instancia que desde la tiranía publicitaria reinante pretende difundir el amor por la lectura y un vaporoso respeto por los escritores. Más allá de lo improductivo de la efeméride, que en esta ciudad repletó un recinto con liceanos a quienes se infligió la conferencia –desaliñada hasta lo escandaloso– de un prohombre de la academia, me permito dar algunas sugerencias que sí pueden servir para difundir la lectura, ante todo de textos literarios.

1) Dejémonos de fantasías: la lectura en si misma no permite que una persona tenga mejores oportunidades en la vida. Hay ministros de Estado que visitaron su último texto (literario) a los 20, pues la mutación del paradigma cognitivo desde lo escrito a lo audiovisual ha hecho que, al menos para efectos del saber utilitario tan caro a estos tiempos, los libros estén casi a la altura del hacha de piedra.

2) Los libros no son esencialmente caros. Es cosa de indagar en las tiendas de libros usados, en las baratas de los markets, apelar al intercambio, a los dispositivos electrónicos (quienes afirman que es inhumano leer de esa forma padecen de irrealidad) o al vilipendiado pirateo (¿será casualidad que en un país como Francia esta práctica no exista?). El neo-analfabetismo se relaciona más con la saturación informativa que con la ausencia de libros; requerimos mejores formadores y –por ejemplo– una impronta agresiva (sugiero la táctica del caballo de Troya) contra las bastardías televisivas, no legajos de papeles muertos.

3) Hay que difundir el entusiasmo por la literatura apelando a la intervención y a la sorpresa. Poetas que reiteran fórmulas archimanidas o creen que el sentido del espectáculo es para los payasos, escritores incapaces de bajar de sus alturas ignorantes, funcionarios enjaulados en una negligencia muchas veces autoimpuesta, o agentes culturales que confunden la irreverencia (condición indispensable de cualquier innovación) con la falta de respeto, hacen tanto por la lectura como las trabas burocráticas por la iniciativa empresarial en Chile.

4) Como decía Montaigne, la lectura se relaciona demasiado con la felicidad. Poco sacamos con imponerla, y más allá de cualquier necesaria apelación a la disciplina o a la tolerancia a la hora de entrar en un texto, el concepto de lectura obligatoria es una contradicción.

5) Me permito contradecir el primer punto de esta columna. Las personas debieran leer más, sobre todo los líderes. Leer nos hace más tolerantes, diversos, ilustrados, menos consumistas y menos atados a placeres sensualistas. La lectura nos sume en una dulce intimidad, pone un freno entre en pensamiento y la acción, refresca nuestras mentes y nos libra del abismo de las imposibilidades, cual si fuese una extensión de nuestra imaginación. Y a propósito de escopeta: “es con la risa y no con la ira como mejor se mata”.