Parición, pueblo ramplón y huasiloco nacido el 24 de diciembre de 1603. Adentro, la cárcel. Afuera, el infierno social del 18 con mal trago y mucha cumbia, digna de una danza de cuchillos: las ramadas en pleno con mucha culona apetecible (Proverbios 11:22), pues en este pueblo -he vivido en 11 ciudades- hay mujeres prodigiosas.
Mucho más abajo, Papillón, el segundo hijo de una familia de regentes de una panadería y luego de una shopería ubicada en plena "Villa Alegre" (el "New York Pub Restorán"), que actualmente nadan en plata, en sensualismo bruto y son hinchas despiadadamente fieles del un club futbolero de Santiago, a una de cuyas tantas filiales perteneció el padre de la familia en sus años mozos.
A Papillón de Parición lo conocí el año 96, mientras amenazaba de muerte a mi desaparecido amigo "Tiroloco", a causa de una hembra (algo nada infrecuente en estos lares), en el segundo piso del "American Bar"; lo cual, a todas luces, fue un acto temerario. Papillón es -o más bien era- un mocetón impetuoso, con un parecido notable al Al Pacino de "Scarface". De manos y nudillos respetables, su impetuosidad llama (o llamaba) poderosamente la atención, pues el hombre no excede del metro setenta. Su virilidad no deja de ser cortés, como en los auténticos malevos (pienso yo): aquellos bravos que saben ponderar a quien tienen enfrente, aunque no sean éstos de sus pagos violentistas.
En lo que a hoy respecta, Papillón andaba con Polo Drink, con Zorro Lenny (chantado en el trago) y el amigo Moais. Los vi en las ramadas del loco Villagrán. Yo había dado un par de vueltas y sólo vi a esa gente que me resulta complicado saludar. No había ningún amigo, amigote, amigoide ni amigastro, y la música no era admirable.
Me invitaron a deponer el absurdo y a dejar de lado a Diógenes Laercio (una biografía que me prestó mi buen amigo el "Flaite" Ilustrado de Ciudad Sur), pero yo ando tomando analgésicos. No me creyeron. O no me quisieron creer.
En eso, Papillón, que estaba muy alterado, se fue de nuestro lado, y como ocurre en un pueblo como éste, donde abundan los seres generosos y amigables, pero profundamente maledicentes, escuché el casi alegre testimonio de los otros sobre el rudo Papillón: "EL HOMBRE, DURANTE AÑOS EL PRINCIPAL DISPENSADOR DE YERBA BUENA DE LA CIUDAD, AQUEL QUE GANABA MÁS DE 5O MIL PESOS DIARIOS EN VIRTUD DE SU PURA CHOREZA Y BUENA ESTAMPA, ESTÁ ENTREGADO, PERO GROSERAMENTE ENTREGADO, A LA PASTA BASE".
En realidad, reparé en su extremada flacura, que ya no era enérgica. Reparé en sus ojeras de locutor dieciochero en el ocaso, y pensé que Papillón ya no era digno de si mismo (lo que es casi un sinónimo de la insidiosa muerte). Después, mientras yo fumaba tabaco de hebras largas con los paisanos antes nombrados y, cuando tras media hora me disponía a volver a la cárcel (mi casa), un hombrecillo acuchilló a Papillón. Ahora, lejos de la pasta, Papillón es un hombre libre. Quien sabe hasta cuando. Luego de un rato, llegó Carabineros y reestableció la fiesta, por lo cual hoy tampoco podré dormir, pues el ruído de las ramadas es como un barco anclado en el cemento o un carrusel ajeno.