El siguiente texto, habrá de ser leído el viernes 26 de octubre en el lanzamiento de "La vida se deshace en las sombras", novela de Juan Pablo Ampuero (1945-2002), que se realizará desde las 20:00 horas en el Colegio de Profesores de Ciudad Sur (Varas 330).
Hablar de Juan Pablo Ampuero es evocar a un escritor que también fuera un eximio pedagogo. Es recrear el influjo del ensueño de los bares y el infatigable periplo hacia el fondo de la noche, donde suele hallarse el fuego y algunos secretos vedados al hombre común, sometido al dictamen de la razón y de un presuntuoso orden perfecto... anterior a la sangre.
Hablar de Ampuero -el primer escritor vivo que admiré y que vino al mundo en Punta Arenas con el nombre de Carlos Káyser, el 13 de noviembre de 1945- es evocar a un narrador prolijo que también fuera un espléndido poeta; es referirnos a un conversador infatigable, que desde la tiniebla y desde la modestia, alejado de los centros de poder y de los fondos concursables, urdió una obra singular. Es evocar las férreas luchas en contra del gobierno militar y la visión posterior de construir el futuro en base a una actuar propositivo; es evocar al escritor comprometido con su tiempo, impulsor de revistas culturales, páginas literarias y alguna vez líder de la filial Temuco de la Sociedad de Escritores de Chile. Hablar de Ampuero es evocar a un espíritu solitario que, paradójicamente, a través de su viaje conoció de cerca -y no con la cercanía de los políticos- los sueños, alegrías y tristezas de la gente sencilla: del obrero, del mapuche, del profesional esforzado, del estudiante y del andante de la noche.
Hermano secular de Baudelaire, de Rimbaud, de Mallarmé, de Teófilo Cid, de Rolando Cárdenas y de Jorge Teillier, Juan Pablo Ampuero, autor de ocho libros -dos de los cuáles aún esperan su publicación- encarnó la videncia propugnada por los simbolistas: esa visión tenebrosa y profunda de la naturaleza, esa iluminación que según Arthur Rimbaud se lograba mediante el razonado desajuste de todos los sentidos. “La vida es una enfermedad del espíritu, la verdadera vida está ausente, no estamos en el mundo”, nos dice el mismo Rimbaud. Y Ampuero reafirma:
"Quizá escribir para los exaltados / cuyo espíritu funciona en el vacío doloroso
nos ayude a recobrar lo que fueron nuestras alas"
y en un par de versos de su último poemario, sostiene:
"Sólo es dueño de su vida quien la desprecia / va escribiendo el alba con su mano luminosa".
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En cuando a su último libro, “La vida se deshace en las sombras”, básteme decir que es una novela del género policial inspirada en hechos reales y ambientada en el Temuco de los 90's : una sociedad debatida entre un progreso sordo, los negocios oscuros y el tráfico de influencias y de estupefacientes. En ese contexto -y luego de la muerte de Janet Gajardo, la ex secretaria del Empresario Mauricio Ibáñez- Rafael Storni, un ex militar y a la sazón periodista del “Diario del Sur”, decide aclarar esa muerte por su cuenta. Luego de una furtiva llamada del inspector Víctor Sáez, y ante la sospechosa inoperancia de la Policía y del Poder Judicial, Storni acomete su misión, indagando en las fuentes no oficiales, en la magia del azar objetivo, y en los secretos emanados de “estar en el lugar preciso, a la hora precisa, para escuchar la movida precisa, pues en el bar llega el momento irremediable en que no hay diferencias sociales, ni raciales, ni de trabajo, y el vino desata las trabas que sostienen los secretos”, como dice un personaje en la página 98. Después, Storni concluye que la muerte de la secretaria está directamente relacionada con la del mismo Ibáñez, acaecida tiempo antes, que según la justicia se “suicidó” de 75 puñaladas.
En las páginas del libro desfilan, entre otros, sujetos como Lorena (compañera de aventuras del protagonista), el Ramiro (un diletante alcohólico que siempre está bien informado), el Cronopio (un perspicuo dibujante), el profesor Romeral (conversador eximio con trazas de filósofo), el poeta Barrientos (posible alter ego del mismo Ampuero) y el cínico León Gallardo, quien desde la cárcel sostiene: “la gente se acostumbra a ciertas formas de comportamiento. El pecado de omisión resulta a veces un bien social” (p. 83)
Hablar de Ampuero -el primer escritor vivo que admiré y que vino al mundo en Punta Arenas con el nombre de Carlos Káyser, el 13 de noviembre de 1945- es evocar a un narrador prolijo que también fuera un espléndido poeta; es referirnos a un conversador infatigable, que desde la tiniebla y desde la modestia, alejado de los centros de poder y de los fondos concursables, urdió una obra singular. Es evocar las férreas luchas en contra del gobierno militar y la visión posterior de construir el futuro en base a una actuar propositivo; es evocar al escritor comprometido con su tiempo, impulsor de revistas culturales, páginas literarias y alguna vez líder de la filial Temuco de la Sociedad de Escritores de Chile. Hablar de Ampuero es evocar a un espíritu solitario que, paradójicamente, a través de su viaje conoció de cerca -y no con la cercanía de los políticos- los sueños, alegrías y tristezas de la gente sencilla: del obrero, del mapuche, del profesional esforzado, del estudiante y del andante de la noche.
Hermano secular de Baudelaire, de Rimbaud, de Mallarmé, de Teófilo Cid, de Rolando Cárdenas y de Jorge Teillier, Juan Pablo Ampuero, autor de ocho libros -dos de los cuáles aún esperan su publicación- encarnó la videncia propugnada por los simbolistas: esa visión tenebrosa y profunda de la naturaleza, esa iluminación que según Arthur Rimbaud se lograba mediante el razonado desajuste de todos los sentidos. “La vida es una enfermedad del espíritu, la verdadera vida está ausente, no estamos en el mundo”, nos dice el mismo Rimbaud. Y Ampuero reafirma:
"Quizá escribir para los exaltados / cuyo espíritu funciona en el vacío doloroso
nos ayude a recobrar lo que fueron nuestras alas"
y en un par de versos de su último poemario, sostiene:
"Sólo es dueño de su vida quien la desprecia / va escribiendo el alba con su mano luminosa".
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En cuando a su último libro, “La vida se deshace en las sombras”, básteme decir que es una novela del género policial inspirada en hechos reales y ambientada en el Temuco de los 90's : una sociedad debatida entre un progreso sordo, los negocios oscuros y el tráfico de influencias y de estupefacientes. En ese contexto -y luego de la muerte de Janet Gajardo, la ex secretaria del Empresario Mauricio Ibáñez- Rafael Storni, un ex militar y a la sazón periodista del “Diario del Sur”, decide aclarar esa muerte por su cuenta. Luego de una furtiva llamada del inspector Víctor Sáez, y ante la sospechosa inoperancia de la Policía y del Poder Judicial, Storni acomete su misión, indagando en las fuentes no oficiales, en la magia del azar objetivo, y en los secretos emanados de “estar en el lugar preciso, a la hora precisa, para escuchar la movida precisa, pues en el bar llega el momento irremediable en que no hay diferencias sociales, ni raciales, ni de trabajo, y el vino desata las trabas que sostienen los secretos”, como dice un personaje en la página 98. Después, Storni concluye que la muerte de la secretaria está directamente relacionada con la del mismo Ibáñez, acaecida tiempo antes, que según la justicia se “suicidó” de 75 puñaladas.
En las páginas del libro desfilan, entre otros, sujetos como Lorena (compañera de aventuras del protagonista), el Ramiro (un diletante alcohólico que siempre está bien informado), el Cronopio (un perspicuo dibujante), el profesor Romeral (conversador eximio con trazas de filósofo), el poeta Barrientos (posible alter ego del mismo Ampuero) y el cínico León Gallardo, quien desde la cárcel sostiene: “la gente se acostumbra a ciertas formas de comportamiento. El pecado de omisión resulta a veces un bien social” (p. 83)
Novela que atrapa desde un comienzo llevándonos a un fin inesperado, “L.V.S.D.E.L.”, es una de esos libros que me atrevo a motejar de necesarios. Socialmente necesarios, diremos: “Cuando decimos ley, debiéramos decir poder, y cuando decimos poder debiéramos decir riqueza, dinero”, sostiene uno de los tantos personajes complacientes de la trama. Y es esa forma de ver al dinero, como un fin en si mismo y como la medida de todas las cosas, lo que lleva a desnaturalizarlo, convirtiéndolo -como dice Balzac- en el excremento del demonio, o -como dice nuestro querido Gonzalo Rojas- en la encarnación de la muerte en la tierra.