lunes, abril 21, 2008

Apuntes sobre "LOS MISERABLES" de Víctor Hugo


Dentro de seis días son las elecciones internas del Partido Socialista de Chile, que elige candidatos a la dirección nacional, al comité central y a la dirección regional, así como también a los respectivos comunales . Cuatro votos, un enredo de cuidado, y posiblemente una ferocidad (cualquier tipo de organización desmedida me parece una ferocidad... y ello quien mejor lo ha planteado en estos tiempos es John Ralstom Saul en su notable ensayo "Los bastardos de Voltaire"). Pero también un acto necesario, pues soy militante de esa colectividad, cuyos únicos escritores que conozco son el locutor de boites Hernan Rivera Letelier y la torpe Marcela Serrano (su éxito está asegurado), cuyas obras dejan mucho que desear, pues están determinadas por el abuso del chiste fácil, del más irritante lugar común y casi carecen de poesía, de metáforas y tropos que bien utilizados enriquecen cualquier prosa hasta niveles memorables. Por ello es importante que Claudio Maldonado -que también es militante socialista- se ponga las pilas y escriba más de dos horas al semestre.
Durante este par de semanas no he escrito nada significativo, pero al menos leí dos novelas ponderables: LOS HERMANOS KARAMAZOV (Dostoievski) y LOS MISERABLES (Víctor Hugo), 1500 páginas en total y construidas con idéntica fuerza y afán de redención. Para concluir este posteo, diré algunas palabras de LOS MISERABLES, una de esas novelas que puedes leer y releer sin sentir que botas el tiempo a la basura, y que fue escrita por un escritor inmensamente exitoso y superventas, pero que a diferencia de los antes reseñados no padecía de oligofrenia.
MONSEÑOR BIENVENIDO
Es octubre de 1815 y el caritativo sacerdote Carlos Miryel, conocido como el obispo Bienvenido, vive en una humilde casa con su hermana y una criada, pues ha renunciado a vivir en el Palacio Episcopal cediéndolo como hospital. De pronto se presenta en su casa un hombre sucio y haraposo, que tras ser expulsado de dos posadas se presenta sin ambages: Jean Valjean, ex presidiario que desfallece de hambre y de cansancio tras una caminata de 12 leguas (una legua equivale a 5572.7 m.), y que solicita un lugar donde dormir y comer a cambio de dinero. Valjean, un modesto podador detenido cuando no llegaba a la treintena, pasó 19 años en la cárcel al agravársele una condena de cinco a causa de sus cuatro intentos de fuga. ¿La razón de su encierro? : el robo de un pan y el rompimiento del vidrio de una panadería, lo que hizo para alimentar a su hermana y a sus siete sobrinos.
JEAN VALJEAN, DE PRESIDIARIO A ALCALDE
Tras padecer esa ferocidad, Valjean -que decide aprender a leer y educarse azuzado por el odio vengativo- condena a la sociedad… y condena a la Providencia por permitir las iniquidades de la misma. Hasta que conoce al obispo Bienvenido. Éste, al verlo en la entrada de su casa lo llama caballero, ordena que le hagan una cama con sábanas limpias, lo invita a su mesa, abre una botella de vino inusitado y dispone que se ponga en su honor el cubierto y los candeleros de plata. Tras la cena acuden a dormir, pero en mitad de la noche el ex presidiario, (que incluso piensa en matar al cura) roba los cubiertos de plata del armario y huye por la ventana. Pero lo cogen los gendarmes y lo llevan de vuelta a casa del obispo, para ver si acaso es cierto que éste le ha dado los cubiertos. Éste lo reafirma y le pasa además los candeleros, “que habías olvidado”, pero antes de dejarlo ir le dice al oído: “Jean Valjean, hermano mío, vos no pertenecéis al mal, sino al bien. Yo compro vuestra alma; yo la libro de las negras ideas y del espíritu de perdición, y la consagro a Dios”.
Luego de esas palabras y de una pequeña anécdota, Valjean cambia para siempre. Llega al pueblo de M., donde tras salvar a dos niños de un incendio arriesgando su vida (su espacialidad), se libra del trámite del pasaporte (léase, carnet de identidad), por lo cual se hace llamar Señor Magdalena. Y mediante el ingenio de mutar la goma laca por la resina en la fabricación de abalorios, se enriquece en menos de tres años, lo que hace que, en virtud de su inmensa caridad y filantropía, el mismo rey disponga -por dos veces y casi obligándolo- que lo nombren alcalde.
EL POLICÍA JAVERT
El misterioso señor Magdalena, hombre afable, triste, ascético y sin mujer ni mujeres, descomunalmente forzudo, generoso hasta la demencia y curiosamente sin ambiciones de riqueza, se granjeó el respeto general del pueblo (a veces hasta lidiaba en los pleitos). De todo el pueblo, hemos dicho, menos de uno: el inspector Javert, hombre nacido en una prisión e hijo de una mujer que leía el futuro en las cartas y cuyo marido también estaba encarcelado... “Se dice que en toda manada de lobos hay un perro, al que la loba mata, porque si lo deja vivir al crecer devorará a los demás cachorros. Dad un rostro humano a este perro hijo de loba y tendréis el retrato de aquel hombre”. Javert se sentía connaturalmente marginal, y como creía que la sociedad excluye de su seno a dos tipos de hombres, los que la guardan y los que la anhelan destruir, se hizo policía. Y se afanó en ello hasta el fanatismo (“estaba compuesto este hombre de dos sentimientos muy sencillos y relativamente muy buenos, pero que él convertía casi en malos a fuerza de exagerarlos: el respeto a la autoridad y el odio a la rebelión”). Asimismo, por lo raro que le parecía el alcalde Magdalena (“nadie es tan generoso, ningún hombre rico defiende a una prostituta de un ciudadano decente, ningún poderoso es capaz de arriesgar su vida”), se fanatizó con la idea de desemmascararlo. Esa persecución-huída sempiterna es el principal hilo conductor de “Los Miserables”, que tiene en Jean Valjean, su protagonista, que se empeña en salvar a una niña y encauzar su vida, a uno de los más grandes héroes de la historia de la literatura, al menos de la modernidad.

Para concluir, básteme decir que esta novela -de un autor que llegó a creerse un teólogo, un vidente, un develador de los misterios del trasmundo y de los designios más recónditos del ser Supremo y de su Obra- nos hace rozar uno de los atrinutos esenciales de la divinidad.
Hugo (que según Jean Genet "no era más que un loco que se creía Victor Hugo", que solía acostarse con servientas a cambio de sumas miserables, y que en sus sesiones de espiritismo aseguraba comunicarse entre otros con Jesucristo, Mahoma, Lutero, Josué, Shakespeare, Moliere, Dante, Platón Galileo, Isaías y Napoleón) creía que al leer obras relevantes, el ser social profundizaría su comprensión de la naturaleza y de la vida, mejoraría su conducta cívica y hasta su adivinación del arcano infinito, del más allá, del alma trascendente y de Dios. Ahora nadie o casi nadie piensa que la literatura pueda mejorar el actuar de los hombres, pero resulta muy claro que al visitar las páginas de esta vasta construcción, sentimos -sobre todo al leer la portentosa cantidad de mayestáticas y sabias afirmaciones de Hugo (el no dice, "siempre he creído", si no más bien "los hombres siempre han creído")- que rozamos ese atributo divino del que antes hablé: LA OMNISCIENCIA... esa cualidad de conocerlo todo, que un argentino desesperado y lúcido, quizá parafraseando a Nietzsche, le auguró al FUTURO. Veremos.