Publicado en el semanario “Tiempo 21”
Los restos de Pablo Neruda (1904-1973) –el más manipulado y celebrado de nuestros poetas, uno de los más altos, ante todo en “Canto general”, “Residencia en la tierra” y los “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”, y cuya boina y cuya pipa son parte indisociable de la iconografía del pasado siglo– serán exhumados el próximo ocho de abril. Esto después que se acogiera una querella presentada por el Partido Comunista de Chile, a raíz de una denuncia del ex chofer del vate, Manuel Araya, quien en el libro “La doble muerte de Neruda” de Francisco Marín y Mario Casasús, asegura que el Premio Nobel fue envenenado en la Clínica Santa María por sicarios de Augusto Pinochet.
En una larga investigación los autores del libro sostienen, en base a indagaciones médicas preñadas de detalles y contradicciones, que el poeta fue asesinado por querer instaurar desde México, donde había sido invitado a exiliarse, la revolución contra la dictadura militar. Pero es bien sabido que tras el golpe, Neruda, afectado además de un grave cáncer a la próstata, no tenía los bríos para tal. Por eso y por otras razones, la querella huele más a oportunismo que a anhelos justicieros: un oportunismo muy a tono con los actuales tiempos, donde una notica golpeadora y lucrativa como ésta, tiene más prominencia en la agenda noticiosa que el rigor exhaustivo de una denuncia seria.
El ensayista y poeta Bernardo Reyes (1951), sobrino nieto de Neruda y fuente sin duda cercana al entorno del Nobel, me sostiene que durante años ha sido consultado sobre el particular, tanto en Chile como en el extranjero, citado a declarar dos veces por la Policía de Investigaciones y por el mismo magistrado que sigue la causa. Asimismo, asegura que el New York Times, tras entrevistar a todos los involucrados en la telenovela, no publicó la nota por hallarla obesa de contrasentidos. Dice tener la certeza, además, que tras la exhumación no se hallará absolutamente nada y que el chofer Araya –a quien sorprendió en mendacidades admirables– no llevaba más de cinco meses trabajando para Pablo Neruda.
A estas alturas del vértigo, quizá uno de los rasgos más impresentables de nuestro carácter sea la suspicacia, que nos hace pretender ver realidades donde no hay más que fantasmas. Lo que se trasunta, por ejemplo, en el abuso del refrán, “si el río suena es porque piedras trae”… ¿De hacernos cargo del testimonio del chofer Araya, no podríamos perfectamente sospechar de alguien del círculo de hierro del Neruda agonizante, como su hermana Laura o su esposa Matilde Urrutia, por permitir que lo llevaran a una clínica insegura? Parece difícil. Pero a muchos les seduce –o les lucra– tanto la fantasía de un bigotudo Pablo, armado de dos pistolones y organizando la caída de Pinochet desde una cama mexicana, que prefieren falsear la realidad.