domingo, julio 30, 2017

'Buenas noches luciérnagas', de Héctor Hernández


Presentación de ‘Buenas noches luciérnagas’ (RIL Editores, 2017), de Héctor Hernández Montecinos

Temuco. A 28 días del mes de julio del año 2017

“Todo hombre debe ser capaz de todas las ideas y entiendo que en porvenir lo será”, se dijo alguna vez. Y es lo que sentimos al visitar Buenas noches luciérnagas, este libro de 420 páginas que incluye ensayos, fragmentos de estudios y tesis, crónicas, poemas, diarios de vida, fotografías, notas de prensa, de viajes, entrevistas, chats y hasta correos electrónicos de la aniquilación. En el libro, Héctor Hernández Montecinos (1979), un escritor incombustible, un pensador incombustible, un creador incombustible, un polemista y un conspirador incombustibles, pasa revista a temas estéticos, políticos y culturales de este y de los otros mundos, con la lucidez de un caballo echado a pique contra un acantilado de piedras incendiadas.

Tres son las partes de este libro que algunos, ante todo por comodidad o conservadurismo, podrían llamar “inclasificable”: ‘Celestes cordilleras’, ‘Autobiografía de un poema’ y ‘Una pequeña historia nacional’. Y los capítulos que contienen se nos aparecen como reflexiones fragmentarias y a la vez totalizantes, donde el pensamiento, el análisis y la invención no parecen –como en una suerte de Pierre Menard arrepentido– ser actos anómalos, sino la normal respiración de la inteligencia. Como en un sueño dirigido, donde Hacheache –el tigre de Zucaritas, el alquimista que anhela devorarse al mundo, el dandy espiritual que no quiere parecerlo– nos da a entender, sin decirlo, que si no fuese escritor, si no fuese uno de los sujetos relevantes del campo cultural latinoamericano, sería asesino de masas.

Hernández, que tiene momentos excelsos en su vasta poesía, pero también reiteraciones abusivas, dimanadas de su síndrome de hiperlexia, se nos muestra acá con la sagacidad de un académico invencible y un escritor maldito que odiara a la academia, de un terrorista cultural y un cortesano del poder, de un solitario infernal y de un ser comunitario como el sol o el respirar. Las veleidades del campo literario vistas desde adentro, son solo uno de los aspectos llamativos de este saludo a las luciérnagas, que son las estrellas que brillan como ojos en la oscuridad. Hernández –que no su hablante poético, diremos– abre cientos de puertas, pero su libro es ante todo una puerta de salida, quizá porque se trata de una liberación. Al librarnos de la tiranía de Hernández salimos fortalecidos.

Buenas noches luciérnagas es, según Carlos Lloró, un libro que a todos nos compete, también a los no literatos, porque la literatura es ese remolino en el que giramos todos, a veces fragmentados y a veces reunidos en la vastedad de un solo cerebro. Impresión reafirmada al visitar este país Hernández, que a veces se asemeja al infierno del Dante o al purgatorio, con sus condenados por delitos lesa humanidad, donde el más consustancial a Chile es la envidia, la misma que padeció y sigue padeciendo Raúl Zurita, suerte de padre espiritual y poeta que ha reflorecido por la febril lealtad de sujetos como Héctor, el domador de caballos, de los caballos de la literatura.

Concluyo está presentación con una anécdota. Al mostrarle hace un par de semanas a una amiga, la primera parte de mi novela Far West, que espero se de a la imprenta este 2017, me acusó de ser una mala persona, ante todo por ridiculizar y ningunear, mutándole apenas los nombres, a varios animales conocidos (¿dónde, acaso en la República del Congo del año 2460?). Me entristecí, porque yo estaba enamorado de ella. Pero luego discurrí –y sobre todo tras leer este libro– que abusar del sentido común, que el plantearse límites antes de siquiera comenzar, que el vivir de glorias pasadas, que el no ensayar otros formatos aparte del que más nos acomoda o con el que nos designan, que el temor a la censura y al odioso y provinciano qué dirán, es una derrota anunciada, la más vergonzante de todas, porque, como alguna vez se dijo, los valientes mueren una sola vez y los cobardes muchas. Héctor Hernández Montecinos, simplemente gracias.