sábado, julio 08, 2017

La 'Santa Victoria' de Ricardo Herrera


Con el advenimiento de ‘Santa Victoria’ (Ediciones Inubicalistas), el quinto libro del poeta Ricardo Herrera Alarcón (Temuco, 1969), asistimos a la transustanciación de un hecho cotidiano –me refiero al trabajo o más bien a un empleo insufrible– en notable poesía, de trazas surrealistas pero también discursivas.

La historia es más o menos como sigue. Herrera es, a la sazón, profesor de Lenguaje en una escuela rural ubicada entre Galvarino y Chol-Chol, en los campos de Llolletúe, donde a diario viaja en un furgón desde Temuco. La escuela es regentada por sostenedoras pragmatistas, ignorantes y devotas del ex mandatario Pinochet y lo recibe, o más bien sus altos mandos, con preclara hostilidad. Entonces el poeta, sin heroicidades impostadas ni alardes vengativos, transforma todo aquello en materia de escritura (“La hermana T se dedicó a hacerme la vida imposible durante mi estadía en Santa Victoria / Empezó quitándome el saludo, hablando a mis espaldas / Mientras almorzaba lanzaba virulentos comentarios que hacían me atragantara… Por eso me confundía de pronto con un plato de cerezas / un cervatillo demasiado confiado… ”. p 12).

En efecto, el hablante poético de Herrera convierte a dicha escuela en una suerte de convento o manicomio o gruta (“La virgen no tiene relación / con el siquiátrico que alguna vez allí existió / y que fue destruido por un alzamiento indígena / a fines del siglo diecinueve / sin dejar rastros de su débil armazón de madera y vidrio / que fue albergue para las almas / de españoles que abrazaron la causa del enemigo / de monjas devoradas por el espíritu de satanás / de la soldadesca narcotizada por el alcohol, el frío y la lluvia”. p 36). Es un recinto intemporal donde cohabitan enfermos, peregrinos y fantasmas y animales y un hablante que tiene más que claro su designio (“La iglesia que construimos ya no ampara nuestros rezos… / La ocupamos de establo / para almacenar granos / la ocupamos para sacarnos el mal de espíritu / el demonio de la literatura / esa vieja costumbre de escribir a caballo contra el viento”).

El poeta, en un lenguaje cifrado aunque con pistas, desnuda ciertas miserias de un sistema educativo alienante y nos trae a la memoria palabras indestructibles: “Guardaos de ofender al solitario. Pero si lo habéis ofendido, ¡entonces matadle!” (F. W. Nietzsche).